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Estado de soltería

Leo en una revista que tengo delante y que no citaré porque me parece una sobrada (lo que leo, no la revista en sí, pero por si acaso me muerdo la lengua y tranquilos que no me voy a envenenar porque ya estoy inmunizado contra mí mismo), que el 80% de los solteros tiene entre 25 y 49 años (entre otras cosas).

A mí las estadísticas siempre me suelen hacer gracia, de verdad, porque además ahora yo salgo en una. Tengo la friolera de más de un cuarto de siglo y estoy lo que se dice solo (que me queda sólo uno, oigaaaaa, señora que me lo quitan de las manos), pero eso sí, a mí nadie me ha preguntado para la estadística esta (ni aquella). En realidad la cosa no es para chiste, porque ante la pregunta de «¿cual es tu estado civil?» y ante el aspecto general de las encuestadoras carpeta y bolígrafo en mano, lo que me viene a mí a la cabeza es «depende, chata, de si buscas novio o no».

En total, los solteros somos 7 millones entre hombres y mujeres en el territorio nacional. Si consideramos que la otra mentira que se comenta es que el 60% de la población es femenina, tenemos 4’9 millones de españolas solteras (a menos que metamos en el saco el tema de la poligamia, que prefiero creer que no hay por ahí un tío con 4 o 5 y yo a dos velas); si además dividimos equitativamente por franjas de edad, habrá alrededor de dos millones de españolas solteras y en edad de merecer (no pienso aclarar los términos que implica «de merecer» para ahorrarme palizas cuando salga de casa), y a ninguna le gustan los morenos, bajitos y peludos. Eso no es una estadística, es que lo se yo. ¿He dicho ya que estoy que soy moreno, bajito, peludo… y soltero? Ya me parecía.

El dato escalofriante es que según dice esto, el 52% de los españoles (y españolas, viva lo políticamente correcto) entre 20 y 64 años no tiene pareja… ¿Sorprendente? Increible más bien. ¿Por qué entonces hay tanto treintañero amargado por no tener churri? (Atentos a la vocal, es churri, churri, con «i»). Si lo normal viene a ser estar solico, la frase debería pasar a ser «pobre hombre, se ha echado novia» en lugar de «pobre chaval, como está solo no levanta cabeza». Esto de la soltería debe ser la moda que peor lleve la gente.

¿Da miedín, eh? Pues ya sabéis los que tengáis pareja, o cortáis o dentro de nada seréis los raros del grupo…

7 Secretos

Me pasa Alba el testigo de uno de esos memes que tan bien ocupan espacio en el blog sin tener que calentarme mucho la cabeza (y que francamente, con estos calores hasta se agradece). Este va de contar siete secretos al respecto de uno mismo, como en realidad no tengo precisamente muchos secretos (no hay nada que no lo hable con alguien, aunque diferentes personas tengan acceso a diferentes datos), contaré 7 grandes verdades de mí que no suele saber nadie y que pueden ser curiosas de saber. Están ordenadas por orden de seriedad, de chuminadas al principio a cosas graves al final.

1. En el colegio me llamaban Calculín, porque me leía todo lo que caía en mis manos sobre ciencia y tecnología, y lo chulo es que lo memorizaba. Todavía recuerdo con bastante precisión cómo era el diseño básico de un emisor de láser de rubí…

2. Mi amigo Boquerón en Vinagre y yo montamos un blog «por ahí», donde íbamos a desentrañar los misterios del universo y las conspiraciones ocultas que ocurren a diario a nuestro alrededor. ¿Sabiais que las pirámides tienen que ver con la subida del precio de la vivienda? Pues nosotros sabíamos cómo, pero no lo contaremos… por el momento.

3. Durante una temporada fui «traficante» de semillas de marihuana. Me las mandó un amigo como agradecimiento por unas atenciones que tuve preguntando tras una operación en el cerebro y como no sabía qué hacer, las fui regalando a los que me las pidieron.

4. Los libros (y casi por extensión cualquier papel impreso) son lo más sagrado de este mundo. Pedirme un libro y devolvérmelo estropeado es una de las maneras más rápidas de dejar de ser mi amigo, retirarte la palabra, recibir una anotación en el Gran Enciclopedia Ilustrada de los Agravios (Tomo XXXVI, Volumen III, página 873), merecer mi odio y recibir el castigo más ignominioso posible.

5. Hace bastantes años pasé una temporada bastante prolongada de depresión (como unos 5 años). Prácticamente nadie lo notó, ya me ocupé yo de eso. Nunca supe por qué, pero tampoco me importa.

6. Soy una persona que procura devolverlo todo, en el sentido más amplio de la palabra y no solo aplicable a las cosas materiales, no importa cuánto tarde en devolver favores y gracias, siempre las devuelvo. A quien se porta bien conmigo me porto bien, a quien se porta muy bien, me porto muy bien con él… Eso funciona también a la inversa, si me haces una putada te la devolveré tarde o temprano (aunque tenga que esperar años para ello), eso me convierte también (probablemente) en la persona más rencorosa y vengativa que conozco.

7. Mantengo al menos dos «amigos» cuyo único fin es tenerlos controlados para un día devolverles la putada que me hicieron. Ya se sabe, ten cerca a tus amigos pero más cerca a tus enemigos.

Irse a la mar

Las autoridades sanitarias advierten: post carente de absurdos y de tema folclórico. Pa cagalse…

El otro día una anciana me contó esto, se trata del relato de unas costumbres que había en mi tierra hace no demasiados años pero que se han perdido por completo, me hubiera gustado tener la manera de transcribirlo por completo, pero no lo grabé y sólo puedo intentar contarlo usando sus mismas palabras y tratando de mantenerlo lo más fiel posible.

Con motivo del Día de la Virgen (o mejor dicho, el Día de la Asunción, eso que ocurre todos los 15 de agosto), cuando mi pueblo no era lo que es hoy y cuando las cosas no son como son hoy, había una costumbre bastante interesante, prácticamente todo el pueblo se iba a la playa a pasar unos días en bloque. A eso se le llamaba «irse a la mar».

La gente cogía los bártulos necesarios, se los echaba al hombro o como podían (uno de mis bisabuelos alquilaba una carreta por 5 perras) y se iban andando hasta la playa la mayoría con todo cargado para instalarse (unos 5km de trayecto). Entonces allí montaban casetas hechas con tela de harapos (jarapos en el original), donde pasaban unos 4 días celebrándolo y disfrutando del mar, aunque para ello había que pagarle unas pocas perras a Marina (que no se exactamente cómo se llama en realidad, supongo que será algo de los ministerios, si alguien sabe cómo se llama que me lo diga, porfaplís) para tener derecho (NdA: algo así como se hace ahora para edificar más allá de la línea de costa, pero sin tener que hacerlo de tapadillo). La dirección de las minas (porque mi pueblo, hasta hace pocas décadas ha tenido unas minas de plata y plomo que daba gloria verlas, por lo que contaban ya los fenicios) montaba sus propias casetas, eso sí, en los mejores lugares y a todo lujo, para que los gerifaltes de la empresa también pudieran tener sus días de disfrute.

Había por aquel entonces un tren que solía llevar los materiales de las minas hasta el puerto . En esas fechas se cerraban las minas durante 4 días (días que no se pagaban, claro), así que se quitaban los vagones contenedores y se instalaban vagones de pasajeros (según me han contado, de lo peorcito, pero al menos se tenían sobre las vías). El pasaje de un niño del pueblo a la playa costaba 3 perras, el de un adulto 7 perras. Pero como no todo el mundo podía permitírselo la mayoría simplemente iban a pie.

Lo normal era que después de 3 o 4 días casi todo el mundo volviera a la rutina del pueblo, pero algunos todavía tenían la oportunidad de quedarse hasta el final del mes. En ese caso, muchos hombres tenían que ir y volver de la playa a diario (pijá de antar, tú); como un bisabuelo mío, que subía al trabajo todos los días en el tren de las 6 de la mañana y volvía andando a la noche mientras la familia estaba en la playa.

Bueno, el caso es que es así como se celebraba el Día de la Virgen en mi tierra hace no demasiados años. En solo una generación se ha perdido por completo, no voy a decir que a mí me gustara porque a mí la playa plin, pero perder las tradiciones siempre es una lástima…

El infienno, parte 2

La orilla de la playa es un cúmulo de sensaciones.

Lo primero es que comienzas a oler lo salado del mar. Podría pensarse que lo habrías olido antes, pero no seas ingenuo. ¿De verdad esperabas oler el mar entre la humanidad, las cremitas solares, refrescos y refrigerios y demás? Pues ya te va llegando el olorcillo de la sal, el agua… y la embestida del energúmeno que está jugando a las palas como si la playa fuera suya, así que pídele disculpas por hacerle perder el match point. Ante tí se abre la inmensa lata de sardinas… perdón, el ancho mar, ocupado por algo así como 20 millones de bañistas (millón arriba, millón abajo).

De todas formas le echas valor al tema y metes los pies en el agua. No está helada (normal, con tanta gente con el culo metido en ella). Das un pasito más adelante y te cubres los tobillos. Que gustito. De momento, cual película de catástrofes, una avalancha de agua de proporciones bíblicas se te echa encima, calándote hasta los huesos y demostrándote que SÍ está helada. Justo cuando te repones del shock ves a los chavalines del vecino corriendo por la orilla, saltando sobre las cabezas de los bañistas, y haciendo el vil macarra amparados por su corta edad. Los miras a ellos. Miras a los 20000 testigos. Vuelves a mirar a los niños. Miras a los 20000 testigos y ellos te miran a tí como diciendo «hazlo que nosotros miramos a otro lado», pero sabes que se chivarán a la menor ocasión. Así que aprietas los dientes y pasas y te vas metiendo más en el agua.

Te deleitas tu ratito en el agua, notando como se te va el sudor (y el efecto croqueta y el pelotazo que te regalaron los alegres chavalines). Qué tranquilidad, qué solaz. Además te ríes, porque ves a un prójimo tuyo sacudiendo las manos sobre la superficie del agua como apartándose de algo. Medusas, piensas, y te dan ganitas de salirte, pero nadie hace eso así que lo mismo son paranoias del tipo, que sigue enfrascado en apartarse el agua. El caso es que el tío está enfrascado en su lucha titánica, sacudiendo el agua en tu dirección, y poco a poco comienzas a ver una cosa flotando en el agua que gracias a sus esfuerzos se mueve en tu dirección separándose de él. Como medio palmo de cosa flotante, con por los reflejos a veces intuyes blanco, otras veces seguro que es marrón… podría ser un trocito de madera, pez difunto (puag) o un mojón (repuag). El caso es que de momento te sientes impelido (impelido, eh, hay que ver qué culto soy, qué bien hablo, cómo me gusto, si es que molo mil) a sacudir el agua igualito que tu cercano prójimo a ver a quién le toca comerse el marrón (y nunca mejor dicho). Sientes las miradas de todo el mundo centradas en la épica batalla y como un niño se coloca por ahí a tirarte agua en la cara, con una sonrisa en la boca, todo inocente él, divirtiéndose con el juego… cabronazo.

La cosa se acerca cada vez más a tí, el bastardete de tu vecino acuático se sonríe porque te va ganando (la experiencia es lo que tiene) y se las ve bonitas para salir huyendo en cuanto «eso» se acerque a tí lo suficiente. Tú lo ves venir, cada vez más cerca, y te das cuenta que si ahora te das la vuelta y huyes «eso» te puede alcanzar por la espalda.

De momento la playa entera se queda en silencio. Luego oyes como un susurro, un runrun que va en aumento junto con el chapoteo de pies y manos que se mueven por el agua a gran velocidad. La cosa se convierte en una marabunta de gente saliendo a toda velocidad del agua. ¿Tiburones? Piensas. Pero apenas puedes esquivarlos cuando asaltan la orilla los cientos de miles de personas que había en el agua (de los cuales, uno de ellos arrolla el objeto de no-deseo por el que peleabas a brazo partido, y quedando bien pegadito a su tripa se descubre que no era madera ni mojón, era una compresa en un mal día). Toda la gente se queda en la orilla, mirando en dirección al agua mientras una dotación de la Cruz Roja se mueve por el agua con la zodiac y un palito.

«Pepe, saca la roja que la cosa está espesita», parece que dice uno de la Cruz Roja a los de Protección Civil, que ponen a ondear la bandera roja y ya de paso una con una medusa bien hermosa dibujada. A la gente que se ha pegado horas de viaje para llegar a la costa y conseguir un buen sitio se le cae el alma a los pies (que se dice por aquí)…

…a uno se le desliza de la tripa y se le cae a los pies un trozo de compresa en un mal día.

Frase del día: «La ausencia de defectos visibles puede parecerse mucho a la perfección.»

Ratones coloraos

Interrumpimos la programación habitual para ofrecerles un capítulo de la comedia de situación Bepers as folks, patrocinada por British Petroleum.

Una gasolinera cualquiera de la costa murciana. 5 de la mañana, sábado.

Mongui [M]: Buenasssss, dame dos bolsas de hielo.
Gasolinero Paciente [GP]: No me queda hielo.
[M]: Va, dos bolsas.
[GP]: Que no me queda hielo.
[M]: ¿Y cubitos tampoco?
[GP]: No, cubitos tampoco. (Insertar aquí cara de desconcierto)
[M]: Venga, pues una bolsa nada mas.
[GP]: Que no me queda ni una bolsa de hielo ni un cubito, coño. Que se me acabaron hace 3 horas.
[M]: ¿Nada de nada?
[GP]: Nada de nada.
[M]: ¿Ni siquiera una bolsa?
[GP]: Que no me queda nada, que se acabó todo.
[M]: ¿En serio?
[GP]: Allí está el congelador, míralo tú mismo si quieres.

El sujeto Mongui se acerca hasta el congelador, abre la puerta, echa un vistazo desde fuera, mete la cabeza dentro del congelador, mete medio cuerpo dentro del congelador, saca el cuerpo y la cabeza…

[M]: Tiiiiiiiio. ¡No hay hielo!
[GP]: Vete al carajo.