Un calor brutal te abrasa la piel (que ha cogido un colorcito tipo tomate y escuece como si te hubieras dado una ducha frotándote con un estropajo de aluminio), allá donde pisas notas como si llamas te llegaran al hueso, parece el aire libre pero apenas puedes respirar, y por doquier se escuchan lamentos, gritos y gemidos mientras los cuerpos se mueven (adaptándose al poco espacio que dejan otros) intentando hacer más llevadera la agonía.
¿El infierno? No, la playa.
En su día la playa era un lugar de relax, donde solazarse con el solecito tirado en la toalla y la brisa marina, sentir la arenita fresca bajo los pies, pasear por la orilla con tranquilidad mientras las olas te cubren a ratos de agua los tobillos. La realidad puede ser muy distinta…
Llegas un día cualquiera, a las 11 de la mañana (ya sabemos que los médicos no recomiendan tomar el sol a partir de las 12, pero puñetas, es que si vas más temprano no te pones moreno en todo el verano) por ir un poquito tempranito a pillar un buen sitio y descubres que aproximadamente mil millones de personas han pensado lo mismo que tú. Calculas que estarás a unos 15m de la orilla, pero una inmensa marea de sombrillas perfectamente encajadas unas con otras tapan hasta el horizonte.
La primera fase del plan es encontrar sitio para tu propia sombrilla, cosa nada fácil. Hay dos opciones, buscar un hueco (trabajo digno de las pruebas de Hércules) o la opción más sencilla: encontrar unos yayos, echarlos a patadas y quedarte con el hueco. Sí, cierto, es moralmente reprobable, pero dado que nadie va a mover un dedo (porque si van a echarle una mano a los yayos lo mismo les quitan el sitio), la resistencia es mínima y la dificultad poca. Sí, que son unos yayos indefensos, pero puñetas, tú a qué vas a la playa. ¿A ganarte el cielo o a ponerte moreno? Pues eso.
Entonces colocas tu sombrillita, extientes tu esterilla o tu toalla, te sientas, sacas tu crema solar factor 2 millones (que además es body milk, after shave y deja como nuevas tus prendas íntimas quitándole incluso los palominos más recalcitrantes). Te recuestas con la idea de pasar un rato de cara al sol (sin la camisa nueva, claro, porque si no también te quedas con el corte modelo currito), y luego cuando estés bien tostadito por un lado, vuelta y vuelta. ¡¡Y PLAFF!! Los hijos de los dueños de los vecinos de al lado te salpican de arena y te pegan 6 balonazos por todo el cuerpo en tiempo record, dejándote entre la arena y la loción solar con las mismas pintas que una croqueta de 3 días; hijos que, por cierto, que ya sabes que fueron sietemesinos, nacidos con cesarea después de casi haberle metido los forceps en la traquea… ¿Que por qué lo sabes? Porque son unos malnacidos. Pero claro, son unos críos encantadores y simpatiquísimos, con su sonrisa de oreja a oreja con las mella… no les puedes reñir ni abroncar. ¿Verdad que no? ¿Verdad? Ah, me creia.
Se tercia el momento de meterse en el agüita. No para refrescarte (que también), no para quitarte el sudor (que también), sino para que se te alivie el pelotazo de los alegres y simpáticos chavalines del vecino. Que tengamos claro que siguen vivitos y coleando porque tú no le harías jamás daño a unos críos tan majos… malditos 15000 testigos. El caso es que vas acercándote a la orilla, ya notando el fresquito de la arena mojada en los pies y cuando llegas al agua es cuando la cosa se pone realmente interesante…
Y sí, lo dejo aquí porque hace 28h que no duermo, y ya es mucho, otro día más.