¿Qué es lo primero que se viene a la cabeza cuando a uno lo invitan a la boda? Aparte de cagarte en todo y poner la cara más hipócrita de tu vida mientras sonríes al desgraciado que te está invitando… Pues lo primero suele ser el regalo.
Antiguamente la gente se casaba jovencita, con cuatro duros en la cuenta corriente y sin tener absolutamente nada; ahora los tiempos han cambiado y la gente tiene de todo. Que si la tele, que si el lavavajillas, que si el dormitorio, que si una hipoteca a 80 años… Antes solamente y si tenían las ideas claras te ponían una lista de bodas, pero siempre podías saltártela (o hacerte el sueco) y terminar comprando esa figurita de barro del mercadillo de tu pueblo (que tú dices que es de arcilla del Kilimanjaro, y que salen por un pico porque las traen de contrabando los monjes Shaolin de los Patojos) que es monísima y . Si no, siempre te podías amparar en que lo mejor son los regalos prácticos y comprarles esa cutrísima tostadora de color caquita, que vale cuatro duros y al fin y al cabo es algo que les va a hacer falta (y está claro que seguro que les hace más ilusión tomarse unas tostadas calentitas que ponerse a hacer la colada, así que entre la tostadora y la lavadora, lo que más ilu les va a hacer a los novios es la tostadora, y a tu bolsillo también). Lo principal es quedar bien, con los novios y con la economía, pero la competencia es dura. Uno puede saber cuánto se ha gastado alguien en el regalo de la lista de bodas según la velocidad con la que haya ido a comprarlo, el primer día desaparecen todos los regalos asequibles: el primer día van los que buscan la tostadora, el segundo ya solo quedan cosas como el televisor y si tardas más de una semana acabas encontrándote que solo queda el coche…
Pero no, ahora lo tienen todo, y entonces lo que dan es un número de cuenta bancaria para que vayas y hagas el ingreso. Eso tiene una pequeña ventaja sobre lo de la lista de bodas: que no tienes que ir a buscar nada. Pero a cambio de ello ya no puedes escaquearte y regalarles una miseria, porque no faltará el novio que saque un extracto de la cuenta corriente y descubra que Fulanito solo les regaló 20 eurillos de mierda, con el consiguiente tachado de la lista de amigos y de la de invitados de la futura comunión del futuro churumbel (y oye, el caso es que es algo a tener en cuenta, que no hay mal que por bien no venga, pierdes un amigo pero te reconcilias con tu cuenta corriente).
Es de agradecer, no obstante, que se vaya perdiendo la costumbre en la celebración de pasar «vendiendo» los trozos de la corbata del novio o de la liga de la novia (cuando alguno lo que querría es lo que va debajo…), en que vuelves a apoquinar tontamente un montón de pasta por un cacho de tela que no sirve para nada y que evidentemente no quieres. Y no intentes decir que no se preocupen, que corbata ya tienes tú la tuya y la liga no sabrías dónde ponertela, porque además quedas como un capullo (y rácano).
Lo único que se me ocurre porque todavía haya bodas, llegados a este punto, es que el departamento de Novias de El corte inglés tiene unos asesores de publicidad que son la bomba, porque si pusiéramos en un lado las ventajas y en otro las desventajas de casarse, en el momento que alguien dijera «oye, que me caso» lo correríamos a patadas y aquí paz y mañana gloria.
Cualquiera podria pensar que lo mas importante antes de ir a la boda es encontrar un regalo adecuado y la pasta que te vas a dejar en él. Nada mas lejos de la realidad, lo importante es encontrar el bar adecuado en el que pasar la ceremonia. Porque la cosa está clara, si hay que ir de comilona se va, pero otra cosa muy distinta es tener que meterse al juzgado (o peor, a una Iglesia, con el sarpullido que da el agua bendita) a tragarse toda la parrafada, los votos y demás. A ese respecto hay dos clases de personas: las que entran y lloran (no de emoción, sino de pena por alguno de los dos novios), y los que se van al bar.
Lo del bar es una decisión mayormente estratégica. Si sólo hay uno entonces no hay tu tía, hay que acabar en ese, pero si hay más de uno hay que tener en cuenta varios factores, aunque la importancia de cada uno es relativa y está sujeta a consideraciones especiales por cada asistente. Entre los más importantes tenemos el precio del tercio de cerveza (si es que no se puede ir al bar y no pedirse nada, hombre, que estamos de boda y hay que celebrarlo), la posición de las ventanas en caso de que puedan estar orientadas a la puerta de la iglesia o el juzgado (más que nada para tener controlado cuando salen los novios, porque entrar no se entra, pero hay que estar al pie del cañon cuando salgan, más que nada por quedar bien), y por otro lado el escote de las camareras (que ya que está comprobado que en las bodas ya no se liga lo de antaño, si es que antaño se ligaba algo, con alguna cosa habrá que alegrarse el día). Una vez se tomen en consideración todas estas variables, podremos elegir adecuadamente el bar en cuestión…
Frase del día:
«La muerte puede estar a unos pocos segundos, vive ahora como si no hubiera un mañana.»