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Mira al pajarito Vol. 3

Como iba diciendo, las cosas acababan de ponerse interesantes de verdad (ya que esta vez la verdiblanca todavía no me había puesto el canalillo haciendo presión contra la nariz).

Como en capítulos anteriores, me iban poniendo la mascarilla facial asesina de cejas dejándome ésta vez al aire el ojo izquierdo. Debí olerme que la cosa iba mal (en realidad mucho más no podía oler, todavía tenía la nariz saturada del olor a churrasco del ojo derecho, que claro, siendo un ojo mío era churrasco etiqueta negra), cuando al ponerme la pieza de plástico que separaba los párpados noté un dolorcillo si no incapacitante para mí, si ciertamente molesto para los muertos más frescos (porque solo por lo que pensé debieron revolverse en su tumba) de quien fuera el animal que me lo puso. Así que estaba yo con los párpados mismamente desgraciados, cuando me echaron las gotas de la anestesia, y ahí es donde vino el problema.

Con el ojo derecho enseguida perdí, además de la sensibilidad, la visión. Hay veces en la vida que uno no querría ver (y no hablo explicitamente de una operación de fimosis, ni de un par de yayos montándoselo [nota: bien por los yayos en cuanto a montárselo, mal por no esconderse que las carnes ya no son lo que eran], vosotros ya me entendéis), y apuesto mi coche a que la mayoría de la gente no querría haber visto lo que yo ví… (y por si acaso mi coche vale menos que la calderilla que llevo encima ahora mismo).

Y es que yo he visto cosas que vosotros no creeríais, atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos-c brillando cerca de la puerta de Tannhäuser… estoooo, no, eso era de otra cosa. A lo que íbamos, me di cuenta que algo iba mal cuando el Dr. Nick seguía con su perorata de «ahora voy a tal y ahora voy a cual», pero yo seguía viendo; me cercioré de que algo iba mal de verdad cuando vi bajar una especie de arito que perdí de vista completamente cuando ya lo tenía tan cerca del ojo que se perdía alrededor de él; y si necesitaba pruebas concluyentes fue para echar hasta la última caquita cuando el Dr. Nick dijo «y ahora voy a cortar lentamente la zona superficial del tejido corneal» y yo comenzaba a notar como algo me iba tapando lentamente la visión del ojo.

Si alguien ha visto los documentales de la 2 sabrá que algunos animalillos se quedan casi fiambres por el miedo y eso les permite escapar de sus depredadores. Pues a mí me pasó parecido, diría que me entraron los nervios si no fuera porque estaba tan tremendamente acojonado que creo que se me paró hasta el pelo. Yo oía a mi oculista que decía con voz de bastante acojone (o lo mismo eran mis tímpanos, que transmitían el acojone a lo que yo oía): «por Dios, no muevas el ojo, no muevas el ojo»; mientras yo pensaba para mis adentros «claro, no te jode, tú no estás viendo en directo que te rebanen el ojo», y visualizaba imágenes del perro andaluz de Buñuel. Fue un momento de nada, el segundo momento más peliagudo de mi vida, y enseguida recuperé la visión, para seguir comprobando de primera mano que el Dr. Nick me estaba contando la operación mía y no un documental del Discovery Channel.

Así fue como se me nubló la vista y el Dr. Nick cogió un cachito de ojo y lo separó del resto como con unas pinzas. Pensadlo por un momento. ¿Cuando os acercáis algo mucho al ojo cual es la primera cosa que hacéis? ¿No miráis? Pues vosotros no se, pero yo sí, y se dio la absurdez de intentar mirarme la parte del ojo que el Dr. Nick tenía en sus manos con el propio ojo, eso es como la pescadilla que se muerde la cola, claro, porque si giro el ojo el cacho se mueve con él. Mi oculista seguía diciendo cosas en voz más o menos baja, no se si seguía diciendo que no moviera el ojo o rezando; veo factibles las dos cosas. Ahí me vino a la memoria también el chiste que iba haciendo yo hace unas semanas de «no os mováis, que lo he visto caer por ahí», y yo estaba resfriado, así que la palabra estornudo se convirtió en una nueva acepción para el término «terror». Bueno, a lo mejor «terror» no, el término técnico en esas situaciones es «caguetilla»; se que alguno os estaréis riendo, pero a mí me gustaría veros en manos del Dr. Nick.

Luevo vino lo del láser y tal, pero ya estaba curado de espanto y aparte del olorcillo no noté nada nuevo (lo que no quiere decir que el olorcillo fueran rosas precisamente). E inmediatamente después, que me encasqueta la córnea otra vez a su sitio; eso sí, como le quedó un poco arrugadita estuvo un rato apañando la cosa así tironcito por aquí tironcito por allá. Cierre usted los ojos flojito y pista.

No llegué a contar 30 segundos cuando el Dr. Nick me dice que me levante y la verdiblanca me pide que la siga. 30 segundos de mierda, iba yo con las manos puestas con las palmas abiertas hacia arriba por si se caía algo, pero no. Luego me dijeron que me pasara un rato con los ojos cerrados en la sala de espera (o sea, que no se me cayó, pero podían haberse caído), ya sin mi modelito de celulosa verde todo fashion. Y cuando pasaron 20 minutillos me vino un cirujano de por allí, echó un vistazo a la cosa como quien le mira el nivel del aceite al coche y luego vino mi oculista a hacer lo mismo (no quiero ni pensar la comisión que se llevaría el tipo que miró el aceite primero, teniendo en cuenta que no lo había visto antes, yo a él, se entiende, o no, yo que se). Y después de eso a la puta calle, pero viendo, que es lo importante (y sin gafas, que eso también es de lo que se trataba)

Allí me encontraba yo al final, a las 12 del mediodía, en la puerta de la clínica con mis rayban a estrenar, rezando por que pasara por allí Kate Beckinsale o la Love Hewitt esa, pa estrenar las corneas como Dios manda. Y pasar no pasaron, pero yo de allí al infinito y más allá.

Y creo que ya se acabó más o menos la odisea, no se si se me ocurrirá manera humana de alargar más esto pero no lo descarto actualmente. Me han quedao los ojos que da gloria verlos y funcionan de lujo, gracias por el interés, estoy buenísimo y soy soltero, remarco lo de que estoy buenísimo, por si no ha quedado claro.

Frase del día:
«Al final, ver no es siempre cuestión de vista y para según qué cosas seremos eternamente ciegos.»

Mira al pajarito Vol. 2

Y allí me encontraba yo, allá donde ninguna dioptría había llegado antes…

Cuando me hicieron señas de entrar al quirófano yo andaba enfrascado en medio de una batalla apocalíptica contra el aburrimiento (seguramente al final el Lexatin si estuviera haciendo efecto), pero conseguí ponerme en pie y trasladarme por mí mismo a la camilla donde estaba el aparato de la lucecita roja, las flechas señalando la luz roja, el letrerito de «mire la luz roja» y el palurdo que decía «mira la luz roja». Vino a resultar que el mismo cacharro de echar la foto es la mismísima Estrella de la Muer… perdón, el láser de operar.

A uno cuando le dicen que le van a levantar la córnea, le van a dejar al descubierto un cacho de ojo y le van a pasar un láser por ahí, lo que le suele ocurrir es que piensa que lo van a atar como a los locos de las películas, de manos, pies, torso y frente. Pero no, resulta que tanto interés en endrogarte con el Lexatin y tal es porque ahí te dicen «quédate quieto», y tú te tienes que quedar quieto por amor al arte, acostadito en la camilla y con las piernas abiertas… Mal pensados, que sois unos mal pensados: que yo tengo costumbre de cruzar las piernas y ahí las querían descruzadas.

Y entonces, cuando me voy acostando es cuando me fijo en el cirujano, haría una descripción de él, pero acabamos antes si os digo que era la mismísima imagen del Dr. Nick, con acento y todo. Como podrá comprender el respetable (pa que veáis que buena opinión tengo de quienes leéis esto), ponerme en manos del Dr. Nick no es algo que inspire mucha confianza así a priori, pero cualquiera dice entonces que «mire usted, pero he pensao que no me opero, que lo dejamos para otro día». Así que me dejé caer bajo aquella máquina de destrucción corneal y me propuse ser lo mejor paciente que pudiera para que aquello diera para pocos malos chistes en un peor blog. Fallé miserablemente.

Primeramente te colocan una máscara facial adhesiva (que a la que te descuides te pela las cejas al quitarla), para que solo te asome el ojo a maquinar. Luego te colocan una cosa con forma ovalada para dejar bien separados los párpados, y mi gozo en un pozo porque yo pensaba que usarían algo como lo de La naranja mecánica, con la solera que tenía la idea… Y entonces empieza la operación, primero en el ojo derecho: me echan las gotas de la anestesia, pierdo la sensibilidad, luego pierdo la visión (buen rollito, entro a que me dejen la vista como nueva y lo que hacen es dejarme ciego); a todo esto el Dr. Nick diciéndome en todo momento lo que me iba a hacer, como si fuera un Jose María García al uso. Total, que cuando me quitaron la máscara facial (y buena parte de las cejas) aquello fue muy frustrantísimo, excepto por un detalle: el olor… Al principio comenzó siendo solo como una sensación en la punta de la nariz, pero aquello fue cogiendo consistencia a medida que oía el sonido del cacharro láser y fue tomando cuerpo, era como el olorcillo de pelo quemao (o como me dijo otra persona, como cuando están quitándole el plumón a un pollo para dejarlo listo para la cazuela), al principio me sorprendió un poco y no tenía yo muy claro de dónde saldría (se me pasó por la cabeza que se habían dejado algo encima de la ventilación del cacharro), hasta que se me ocurrió lo que debía ser evidente… lo que olía a quemado era yo, o sea, el churrasco era mi córnea. Qué buen rollo, sí señor, qué buen rollo.

Suponía yo que el ojo izquierdo sería igual, pero en el otro lado (cuanta astucia condensada), afortunadamente para vosotros, queridos buitres carroñ… perdón, queridos lectores quería decir, la cosa no fue ni igual ni parecida; quedaba todo lo bueno.

La cosa empezó con que no me echaron suficiente anestesia (y ya me imagino alguno por ahí frotándose las manos esperando sangre y gritos como una película italiana ochentera), con lo que sentir no sentí nada, pero lo ví todo todo y todo (como en el anuncio de los seguros), y os lo voy a contar… después de la publicidad…

¿Qué queréis que os diga? Es que estaba quedando muy largo… Juas.

Frase del día:
¿Mejor así o así?

Mira al pajarito Vol. 1

Me citan a las 9:30.

A las 9:40 la puerta de la clínica está cerrada y veo a las enfermeras tomándose un café en al bar de la esquina, buen rollito. Al cabo de otros diez minutos ya puedo entrar a sentarme en la sala de espera durante una hora y pico, hasta que el cirujano y mi oftalmólogo de confianza hagan su aparición estelar (y es que si yo cobrara lo que cobran ellos, fijo que tampoco empezaba a currar antes de las once y cuarto). De momento una enfermera muy amable no para de preguntarme si estoy nervioso y que si quieron un Laxatin (¿Laxatin? ¿Qué pasa, que si no estoy nervioso yo quieres que me vaya por la pata igual?), ah, Lexatin, eso es otra cosa, pues no, estoy la mar de tranquilo y no me hace falta. Pero al final tanto me pregunta que solo porque no me de la vara le digo que sí, más que nada para ver si me apacigua las ganas de morderle un ojo por pesada.

A eso de las once me dice la rubia de verde (la de la otra vez, solo que en esta ocasión iba de blanco, así que de aquí en adelante la llamaré la rubia de verdiblanco o la verdiblanca, para los amigos) que ya viene de camino mi oculista y que pase que soy el primero (y yo pienso que mejor, no vaya a ser esto como el puenting y el láser se vaya escoñando con cada salto…), que me tienen que ir preparando. En esto que la sigo, me mete en una especie de armarito lleno de ropa desechable de celulosa y me coloca el gorrito, algo por el cuerpo que no recuerdo la palabra ahora pero que seguro que sabéis a lo que me refiero, y unos patucos verdes también moníiiiiiiisimos. La verdad es que me sentía un poco estúpido, porque a mí hace mucho que no me viste nadie; y desnudarme tampoco, la triste verdad por delante.

Me dice la verdiblanca que van a hacerme la foto, y yo todo ilusionado le pregunto que si me van a dar el reportaje, como en las comuniones. Y no, va a ser que no me lo dieron. La cuestión es que me colocan debajo de una máquina con una lucecita rojo, dos flechas que apuntan a la lucecita, con unas letras bien gordas que pone «mire al punto rojo» y un tío que me dice que mire al punto rojo. No se a qué clase de imbéciles están acostumbrados a operar, pero yo estuve a punto de mandarlo a la mierda. Unas luces que te cagas me dejan entonces hecho puré pero la maquinita ya sabe dónde tiene que laserizar para dejarme como los chorros.

Y entonces es cuando empieza la agonía. Primero me tumba en una camilla así yo todo fashion de la muerte con mi conjunto de celulosa verde a la última de Cibeles, y luego cuelga empieza a echarme unas gotas por aquí, otras gotitas por allá, que si esto sí, que si esto también; que no tengo yo claro si estaba en el preoperatorio o haciéndole de plato a Arguiñano. El momento álgido es cuando sin decirme ni pío, agarra una especie de gotero, le coloca una manguerilla que eso más bien parecía una manguera de regar las tomateras y me los encasqueta directamente a los ojos, así a presión y ojito con quejarte que te lo suelto entero.

En cuanto acabaron de prepararme la ensalada me pidieron amablemente que me sentara a esperar al lado del quirófano, y como iba para largo allá que me pongo a todo trapo el reproductor mp3 (creo que llevaba a Blind Guardian). Mi oculista aparece de momento y me pregunta que qué tal, a lo que le respondo que no se qué quiere que le diga, si no veo una mierda y llevo ya casi dos horas esperando (es curioso, veintimuchos años esperando, y me entra prisa cuando entro a quirófano, por dos horitas de nada); de todas formas que me espere, que empezamos casi que ya. Yo sigo allí, sentado con mis auriculares a toda mecha y un poco más allá hay dos enfermeras preparando el quirófano y hablando, cada dos por tres me miran (sospecho, intuyo, porque yo lo que es ver, dos manchas verdes y blancas y va que arde) y hay un momento que dice una a la otra «míralo, ahí con la cosa esa, como si la cosa no fuera con él». Me da que si llega a saber que la escucho se calla, pero esto de los auriculares da mucha libertad oye…

Y de momento lo vamos a dejar ahí, no dejéis de sintonizar el mismo para conocer el apasionante desenlace de Pasión de corneales.

Frase del día:
«No me chilles que no te veo.»

Si te cae un rayo… no es culpa nuestra

Unos días antes de mandar a reparar mis córneas tuve que pasar por la clínica a recoger una autorización; para los menos versados en la materia (o sea, todo el mundo, porque uno no se suele informar de las cosas hasta que le dicen «te quedan tres días de vida y se me olvidó llamarte anoche»), la cosa que me hicieron a mí se llama queratomileusis asistida por láser, mucho nombre pa luego un churro de operación que da decepción ya con lo que dura (ya la contaré, no tengáis prisa).

La cuestión es que pal churro este, como para cualquier intervención quirúrgica, hay que firmar unos papelitos donde te explican los riesgos a los que te exponen y las cosas que te pueden pasar durante y después de la intervención. La lista de desgracias es realmente interminable, vamos que si te la presentan al principio de pensarte si te operas o no, los mandas a la mierda y no te operas aunque se te estén cayendo los ojos a trozos o vayas peor que Rompetechos por la vida.

Así por encima la lista de cosas que podrían ocurrir incluye: que puede ser que no recupere toda la visión de golpe y siga necesitando gafas, que puede ser que no recupere toda la visión y no tenga arreglo con gafas, que las luces fuertes en alto contraste se vean con halos (que me resbala, mi fotofobia ya hacía que los viera antes), que el día menos pensado se me pueden caer las córneas al suelo sin previo aviso, que me aumente la miopía después y me quede como estoy, y una retahíla de cosas menos importantes como infección, perforación, el lentículo corneal a tomar por culo, alteraciones de la regularidad de visión (digo yo que esto será como las moscas, que ven diferente con cada parte del ojo), descentramiento del láser (que yo no tengo, supongo que se referirá a que ellos la caguen), así como que las gotas me dejen los ojos igual que si me pegaran una paliza, que si estás como un queso la enfermera no se pueda resistir y te fiole vilmente mientras no puedes defenderte en la camilla de operaciones.

De hecho, la lista es tan grande y tan larga que si un terremoto, un huracán y una invasión alinígena empezaran a la misma vez que la operación dificilmente podrían llegar a ocurrir la mitad de las desgracias que aparecen en la lista, pero oye, que acojonar acojona. Lo que pasa es que cuando ya te has dejado la pasta en las pruebas y te plantan la lista con el firme aquí, es como si tuvieras un enano metido en el tímpano que lo único que hace es repetir no hay huevos, no hay huevos, y mira, pasta poca, acojonao… mucho. Pero. ¿Huevos? ¿Huevos? Será por huevos, de sobra que tengo, anda trae pa’cá el bolígrafo que te voy a poner aquí una firma que se va a cagar la perra…

What is the Glasstrix

Sé que estáis ahí, percibo vuestra presencia. Sé que tenéis miedo, nos teméis a nosotros, teméis el cambio.

Yo no conozco el futuro, no he venido a deciros cómo va acabará todo esto. Al contrario, he venido a deciros cómo va a comenzar: voy a colgar el teléfono, y luego voy a enseñarles a todos lo que vosotros no queréis que vean.

Les enseñaré un mundo sin vosotras.

Un mundo sin reglas y sin controles, sin límites ni fronteras; un mundo donde cualquier cosa sea posible. Lo que hagamos después es una decisión que dejo en vuestras manos…

A tomar por saco las gafas.