Un lugar cualquiera del mundo. 8:00 de la mañana hora local.
El de la limpieza, que se puede llamar Bonifacio, John o Yoshimitsu (elimínense los dos que más rabia den), está pasando tranquilamente el paño por encima de la mesa con una más que generosa ración de limpiamuebles antiarañazos (y antigérmenes, y antialergénico, y antiarrugas), cuando, de repente, mientras repasa el canto de la mesa detecta un suave raspeo en el paño. Vuelve a pasar el trapo y vuelve a notar el raspeo, así que lo pasa más fuerte pero lo que sea que lo provoca sigue ahí; se agacha a mirar y ve una masa más o menos informe, con puntas irregulares, de colores verdes, blancos y traslúcidos de los que sale un pelo y una pequeña manchita roja en un extremo.
– Cagonlaputamadredeldueñodelmocodeloscojones. – Eso suponiendo que fuera Bonifacio, John habría dicho algo como «faquinsonofabich» etc etc y Yosshimitsu mejor ni pensarlo.
Puedo afirmar y afirmo que Bonifacio/John/Yoshimitsu son unos malos prójimos y no son capaces de comprender los intríngulis socioculturales de la épica que acaba con su descubrimiento bajo el tablero de la mesa.
Un lugar cualquiera del mundo, pero el mismo de antes. Un día antes.
Juanito, François o Vladimir, se encuentran en una reunión con un grupo de amigos/compañeros de trabajo/líderes secretos del mundo en plena conspiración; la situación concreta da igual. A Juanito/François/Vladimir le cuesta respirar, pero le cuesta mazo; estamos en entretiempo y le ha caído un resfriado de padre y muy señor mío, de esos que te cargan el pecho, la cabeza y sí, las fosas nasales.
De hecho a Juanito/François/Vladimir le cuesta respirar porque tiene una moquera acojonante, así que durante toda la reunión ha estado gastando kleenex como si le fuera la vida en ello, sonando como un elefante gritando por su pellejo en medio de la sabana africana perseguido por una docena de leonas, quince hienas, dos rinoceronces blancos con hemorroides sufridas en silencio y una mosca tse tse que pasaba por allí y no sabe muy bien de qué va la cosa pero se apunta a la fiesta (ya sabéis, pruuuuuuuuuuuuut, más o menos). Cada vez que se suena toca kleenex nuevo, y cada vez que se suena la reunión se corta por un segundo mientras todos lo miran a él con cara de cada vez peor humor.
Finalmente a Juanito/François/Vladimir se le acaba la moquera líquida, con suerte antes que los kleenex (porque si no ya es risa, intentando expirar por la boca mientras se aspira fuerte por la nariz intentando que la marea que se avecina no desborde las aletas de la nariz, pero eso es otra historia). Suspira aliviado durante unos minutos (varios suspiros, no uno solo, que tampoco es para batir el record mundial de suspiro contínuo), y se menea la nariz a lo Embrujada alegre de que ya no haya peligro. Pero… ¡Horror! En el movimiento detecta algo ahí dentro, es duro, probablemente puntiagudo porque pincha y aunque hace intentona de soplar fuerte por la nariz no se mueve. Nuestro amigo Juanito/François/Vladimir se encuentra ante una problemática de índole naso-dedal.
La primera determinación que toma Juanito/François/Vladimir es ignorar el moco, no en vano es hombre adulto que puede aguantar un poco de malestar en la nariz, hasta ahí podíamos llegar. La siguiente determinación es que eso hay que sacarlo de ahí ya, que es un porsaco. Así que con toda la delicadeza de movimientos posible aproxima su mano izquierda a la cara, haciendo como postura de interés y planta el dedo índice frente a la nariz. Analiza la situación a su alrededor, estudia las caras, los movimientos, las reacciones y en el momento oportuno, zas, aparato digital de prospección nasal insertado con éxito, residuos detectados y aprisionados, y retirada del material completada.
Ahora Juanito/François/Vladimir tiene la nariz despejada, y un moco en los dedos. Jodido la hemos amigo Sancho. Ahora es cuando viene el verdadero problema. ¿Qué hacer con el… coño, como puede ser eso tan grande? En fin, qué hacer con él. La primera respuesta evidente es un regreso a los orígenes infantiles, y aprovechando que la mano sigue disimuladamente en posición de interés frente a la cara, comérselo. El problema de ésto es que es tan grande que fijo que hay que masticar para tragar, además no deja de ser una marranada.
La segunda opción viene a ser la más práctica, meter la mano en la chaqueta, sacar un kleenex, enrollar el moco y tirarlo por ahí con cuidado de que no explote. Idea genial, limpia, socialmente aceptada y sobre todo, elegante. Problema: que hacen falta las dos manos así que «eso» podría quedar enganchado en el bolsillo agravando la situación y el moco queda visible durante buena parte de la operación, con lo que casi todas las ventajas resultan ser quiméricas.
Tercera opción: sucia, desagradable, nada elegante pero a la par rápida y de efectividad reconocida. Juanito/François/Vladimir pone la mano levemente sobre el canto de la mesa, desliza el dedo sin despertar sospechas y adhiere (porque «pegar», después de tanta sutilidad, queda como basto) el moco bajo la mesa. Asunto solucionado, sin levantar sospechas y sin que la vida social y/o comercial de Juanito/François/Vladimir se vea afectada por algo tan injusto y circunstancial como un resfriado.
Nuestro otro amigo, Bonifacio/John/Yoshimitsu, jamás comprenderá hasta qué punto ha sido un mal prójimo por querer mal a alguien que solo pensaba en la mejor solución a un problema tan viejo como el mundo; qué poco comprensivo y que mala persona.
Frase del día:
«No te importe lo que la gente diga, solo sigue tu propio camino.»