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Anecdotarium Vitae VIII: …vamos a la casa del Señor

En capítulos anteriores… Bah, que coño, yo quería preconfirmación (y sus niñas de 15 años) y no los microbios de postcomunión.

Mi compañera (cuyo nombre permanecerá en el anonimato porque hace algún tiempo que no la he visto y no le he preguntado si puedo nombrarla o no, no es por otro motivo) la verdad es que se esforzaba por seguir el catecismo y eso, vamos que se lo tomaba en serio. Yo me lo tomaba… bueno, yo quería estar en primera división.

Alguna vez falló mi compañera de ir por motivos que ahora no recuerdo, era entonces cuando salía mi mejor vena y los chavales aprendieron cosas de provecho de verdad. Cosas como jugar al Magic, los básicos del rol y del Warhammer, y por supuesto, lo divertido que es dispararle a la gente (sé que esta frase traerá cola y se me acusará de ser peor que Charles Manson, pero me importa tanto como los hábitos reproductivos del cangrejo bermejo), sin olvidar los grandes clásicos de ayer y hoy, como la brisca y el poker. Mensaje para mi compañera: entre nosotros, era más facil jugar con ellos que intentar enseñarles nada.

Debíamos tener como una docena de chavalines allí, tanto niños como niñas, en diferentes grados de espabilamiento (en todos sus sentidos, había una cría que estaba como acojonada de perpétuo pero cuando conseguías que hablara era capaz de soltarte una argumentación que te dejaba sentao y sin réplica, también había un crío que los tenía ya pelaos de ir dando por saco a todo Cristo y sus servidores más terrenales). Porque soy un hombre de pelo en pecho, si no, llegado un momento de debilidad, podría decir que después de 2 años con ellos les llegué a coger cariñillo (a algunos), pero no lo voy a decir; claro que también habría estrangulado a más de uno… Lo dejaremos estar.

Los críos de 10 y 11 años son muy majos (a ratos), pero a veces te salen con unas cosas… En una ocasión, una de las niñas (y recuerdo perfectamente quién fue, esta se la tengo guardada) pregunta así como quien no quiere la cosa a mi compañera si ella y yo éramos novios. En un segundo pasaron como diapositivas varias escenas e ideas, a saber: que la niña hablaba demasiado, que la niña me estaba arruinando mi futura vida sentimental (a la larga se demostró que hubiera dado igual, a mí ya me había mirado un tuerto) si se corría la voz (con perdón) de que ya tenía novia (que malo puede ser tener, igual de malo puede ser no tener, pero es imposible que algo sea peor que no tener y que el resto piense que sí), que tenía que estrangular a la niña, y que el novio de mi compañera me iba a partir las piernas si eso salía de allí. Creo que fue la única vez que la palabra «hostia» se dejó oir en la catequesis durante décadas, juro que nunca más dejaré que me sonroje una niña de 10 años. Mi compañera, más habil que yo en esas lides, aprovechó para contar que ella ya tenía novio (y que no era yo, claro). Y la cosa quedó ahí, afortunadamente.

En otra ocasión uno de los cabritillos iba con un rotulador permanente pintando allá por donde pasaba, daba igual lo que fuera: papel, pared, mesa, niño… Ahí es donde me salió a mí la vena Sargento Highway de pura cepa; le confisqué el rotulador y le dije que me lo quedaba hasta que su padre/madre/tutor viniera a pedírmelo porque quería hablar sobre su comportamiento. Evidentemente no vino nadie, así que todavía guardo el rotulador, la condición sigue vigente y me da igual que el chavalín tenga ya los 20 cumplidos, si no viene alguien mayor no le devuelvo el rotulador. Hala, que cuando digan «un rencoroso», diga yo «aquí estoy».

Otro día andaba yo organizando nosequé mientras la compañera estaba dándoles «la lección» a la bandada de cuerv… digooo… los niños. Yo estaba de espaldas en otra mesa, sin decir ni pío ni meterme con nadie y me sale la niña que nunca decía nada: «¿Por qué lo haces todo a escondidas?». Lo mío con las mujeres, hasta con las de 10 años, es de juzgado de guardia. Podía haber respondido que trabajo para el Mossad en mis ratos libres, que mi concepto de la intimidad es muy extenso, que estaba preparando el siguiente «ejercicio» intentando no molestar, pero no, respondí con la famosísima cita bíblica de «que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda» (o al revés, no sé, se entiende ¿no?). Pensándolo bien no fue una buena elección, si hubiera sido en mi deseada preconfirmación con los chavales de 15 me hubieran dicho de todo, pero afortunadamente los críos de 10 y 11 años todavía no están en disposición de entender la frase ni las segundas lecturas que se le puedan dar. A Dios gracias.

La última anécdota que recuerdo ahora mismo (si se me ocurren más, ya seguiré torturandoos con más capítulos del Anecdotarium correspondiente), ocurrió durante una visita del curilla a la factoría de futuros católicos de pro. Las temidas visitas. El cura se supone que hacía visitas sorpresa para comprobar que los niños se portaban bien y los catequistas se molestaban en ir a dar la catequesis, que no siempre ocurría. Ocurrió en una ocasión que el cura hizo la visita (que todos lo veíamos más o menos como una inspección de Hacienda, que no se sabe exáctamente si te van a sacar algo mal, pero acojona), y visitó a todos menos a mi grupo, que para más inri estaba yo solo (la compañera no apareció no se por qué). Oh, sorpresa, cómo se obró el milagro. Otro día me contó el mismo cura que resultó que al pasar por delante de la puerta y no escuchar ni un murmullo dio por hecho que estaban tan atentos a mí y tan concentrados que le daba palo entrar y estropearme el día, así que de paso me felicitó por tenerlos tan bien controlados. Yo no le quité la ilusión al hombre, pero fue una suerte que no entrara porque si estaban tan callados es porque estábamos jugando a la escoba.

He tenido contacto con algunos de mis viejos catecúmenos años después de aquello, me alegro de poder decir que no dejé secuelas irreversibles evidentes en ninguno y hasta son personas (si de provecho o no, eso ya lo discutiremos); será que el diablo cuida de los suyos. Ellos tampoco dejaron demasiadas secuelas en mí, sigo llevando una vida completamente normal a base de seis raciones de xanax diarias y visita semanal a mi psiquiatra, vamos, lo que todo el mundo.

Frase del día:
«¿Por qué tengo que hacer yo siempre de poli malo?»

Anecdotarium Vitae VII: Que alegría cuando me dijeron…

Mientras escucho el temazo de Dire Straits que es Money for nothing me ha venido a la cabeza los curritos que he hecho sin cobrar un duro (en la canción va de otro palo, pero yo no tengo money ni for pipas, así que por cojones tiene que ser money for nothing). Que conste que en eso no cuento el echarle una mano a algún amigo con un trabajo si anda apurado (eso lo meteremos en favores, que de momento no lo cobro… o sí), sino obligaciones más o menos pejigueras que me obligan a hacer de currito con todos sus contras y ninguno de sus pros (porque el pro del currar es ver paga, no?). Y sin duda la cosa más chunga que he hecho yo sin ver un duro a cambio es la de ser… (atención, redoble de tambores) …catequista.

Sí amiguitos, sí, el menda fue catequista… Era joven, necesitaba el dinero… Mmm, no creo que cuele pero bueno, ahí queda.

Aviso que aunque lo meto en la sección de Anecdotarium Vitae con su numerito correspondiente esto va a ser más una crónica general que otra cosa, avisados estáis. Ah, y fijo que me hago más de un númerito, que aquella época dio para lo suyo oye.

El curilla que teníamos en la parroquia por aquél entonces era un tío bastante enrollao, pelín independiente a veces para los superiores eclesiásticos, pero coño ahí tenía el tío la gracia. Era un tipo también algo acostumbrado al «hágase su voluntad», a veces «hágase mi voluntad», pero siempre con la mejor intención. La verdad es que era un cura que molaba (y si algún día me lee y no me han excomulgado todavía, que sepa que con los curas que vinieron después ya no fui a misa, es que no era lo mismo), si hasta un día nos llevó a una exhibición de la Patrulla Águila.

Sniff.

La cuestión es que el año anterior a que nos confirmáramos (los peligros derivados de la confirmación ya los contaré si me acuerdo en otro momento), todo el maromerío que había por allí estábamos obligados a tomar ocupación en los trabajos parroquiales, que si visitas a enfermos (no gracias, casi todos mis amigos eran unos enfermos en mayor medida, ya tenía lo mío), ayudar en Cáritas y familia (que yo vocación de eso poca), hacerse monaguillo (que con 16 tacos y una pecha de pelos en las pelotas como que no parecía muy auténtico), entrar al coro parroquial (ríete tú de Los niños del coro, aprended gabachos) o por último, hacerse catequista. Como hombres de pelo en pecho que éramos en aquella época (si es que aunque me saliera pasados los 20, lo del pelo en el pecho es una forma de vida), todo el grupillo de amigos nos metíamos en el único lugar donde nos podíamos sentir realizados: el coro.

El coro corría peligro de convertirse en un cruce de letras de Offspring (lo único de lo que yo me sabía letras en aquella época), voces angelicales equivalentes al sonido de 20 gatos recibiendo una paliza y hormonas; así que el departamento de recursos humanos hizo lo que hizo, y mientras la mayoría pasaba a engrosar el Cuerpo de Élite de Monaguillos (había que darle un nombre lustroso, que no diera mucha vergüenza), a mí me destinaron a la Unidad de Adoctrinamiento Regimental, o sea, catequista.

Dentro de los catequistas había tres distinciones: precomunión, postcomunión y preconfirmación. Precomunión nos estaba vetado ya que a esos niños había que enseñarles el Credo, el Padrenuestro y cosas del estilo, y mentiría si dijera que nos los sabíamos (triste pero cierto), además los chavales de esa edad (los menores de 9 años) son muy impresionables, y no veas tú la que hubiéramos liado en aquella época. Postcomunión era algo más asequible, les enfants terribles, chavales de 10 años hasta los 13 o así, vamos que cualquiera que se les pusiera farruco podía acabar apaleado en una esquina sin que el resto de catequistas pudieran hacer nada por salvar su pellejo (el del desgraciado que le tocara, el propio de cada cual correría a gran velocidad rumbo a alguna zona segura donde escurrir el bulto). Como quiera que los de postcomunión ya se sabían todo lo que tenían que saber, era algo así como tenerlos entretenidos hasta la confirmación, y de vez en cuando intentar enseñarles algo… lo que no se es qué, pero la intención es lo que cuenta.

En realidad lo que queríamos todos los catequistas de la nueva hornada (16 a 18 años) era que nos pusieran en preconfirmación, que era como jugar en primera división, hacéos a la idea: montones de titis de 15 años con las hormonas saliéndoseles por las orejas, de todas las formas, tamaños y colores… y en medio el catequista, en igual o peor estado hormonal. La idea, muy cristiana muy cristiana no es que fuera, pero hay que reconocer que era buena. Demasiado bonito para ser verdad, así que acabamos en postcomunión…

Todavía me puedo dar con un canto en los dientes, fui el único catequista que lo habían emparejado con alguien de sexo distinto (se que provoqué envidias al principio, luego no se les pasó y seguí provocandolas), y además era una chica majísima a la que no le importaba estar en postcomunión (claro, ella tenía novio). Un día hasta vino a jugar una partida de rol y demostró que las mujeres, por finas, minúsculas y delicadas que parezcan, pueden tener ideas de bombero y ser tan brutas como los hombres, faltaría más.

Así que allí me encontraba yo, con mi compañera, rodeado de enanos de 11 años que más parecían un banco de pirañas o una bandada de cuervos dispuestos a sacarnos los ojos al menor descuido (tampoco tanto, que las niñas eran la mar de calmadas, solo es que había 3 o 4 cabrones disfrazados de cabritillos que déjalos que fueran), dispuestos a enseñarles las virtudes de la fe, la paz, Jesucristo y el amor a los chavalines (en lugar de a las jamonas de preconfirmación, tenía bemoles la cosa).

Continuará…

Frase del día:
«Si cada uno tuviera medio cerebro, entre todos seguirían teniendo medio cerebro.»

Homenaje a Pepe el Marrano

En estos tiempos oscuros de mi pueblo (vamos, que no sale en las noticias nunca, desde que no vienen riadas y se llevan campings llenos de guiris ni tenemos un alcalde que vaya de sobredosis en sobredosis la cosa no está demasiado divertida) no puede por menos que ponerse el grito en el cielo y afirmar sin contemplaciones la manera en que se denosta a los prohombres de la zona, aquellos que se han ocupado de engrandecer la historia del pueblo, gente como nuestro ex alcalde Valera (ya hablaremos de él en otra ocasión si se tercia), o el que nos ocupa, ni más ni menos que Pepe el marrano, hombre donde los haya y cuya leyenda se expande a diario más allá de nuestras fronteras.

Pepe el marrano es uno de esos hombres que pasa a la historia como una auténtica leyenda urbana, de esos que luego se susurran en las noches de borrachera, y lo mejor de todo es que es un tío de verdad que siendo sincero no estoy seguro si ya murió, así que me voy a marcar un homenaje por si acaso.

Pepe el marrano era pastor, de esos que tienen animales y los sacan a pacer. Cabras para más señas. La vida del cabrero es triste y solitaria, así que algunos animales a veces parecen tan cariñosos… Pero bueno, eso es otra parte de la historia. El caso es que Pepe también era aficionado a las revistas de contactos, de esas que además de fotos guarronas también llevan páginas de información sobre otras almas solitarias (y con más que menos picorcillo en la entrepierna). Pepe llegó a poner un anuncio en una revista y contra todo pronóstico respondió una señora, y por lo que dicen era una señora espectacular (y sueca) que vino preguntando al pueblo por un tal Señor José Nosequé. Tardaron los vecinos en darse cuenta que el Señor José era nuestro héroe Pepe el marrano, pero una vez que se dieron cuenta pudieron bien encaminarla hacia su posible media naranja (o al menos quien le rascara los picores). Y no pasaron horas cuando la señora sueca pasó con su coche volando en dirección a la salida del pueblo y huyendo de nuestro Pepe; y es que a Pepe el marrano no le pusieron el apodo por nada…

Sin embargo no fue esa la mayor hazaña ni la más espectacular gesta llevada a cabo por Pepe el marrano, pues vendrían mejores y más sonadas… Como aquella vez de la vasectomía de campaña. Como ya hemos visto en capítulos anteriores, la solitaria vida de algunos cabreros les hace cogerle mucho cariño a algunos animales, pero claro, ellas nunca dicen que no pero tampoco se limpian el ojete a menudo, así que nuestro héroe se vió en la tesitura de atrapar una tremenda infección escrotal (por no decir que se le puso un huevo negro y le dolia un cojón, bastante literálmente). Pero Pepe el marrano no era hombre que se fiara de médicos y matasanos, así que decidió tomarse la justicia por su mano y cortar por lo sano; así que ni corto ni perezoso, un día que aquello le dolía muchísimo, con la ayuda de una aguja de hilar, un trozo de hilo y un trozo de cristal, se realizó en vivo y en directo y sin anestesia una vasectomía de emergencia (vamos, que se cortó un huevo), y se cerró la herida y «aquello» con una bolsa de plástico. Sin embargo aunque a nuestro héroe no le faltaban cojones (es un decir, claro), finalmente el dolor pudo con él (ya se sabe que la asepsia no es precisamente buena en medio del campo), y tuvo que presentarse en urgencias con su doble bolsa escrotal (la original, y la nueva exterior cortesía seguramente de algún supermercado) en pleno estado de guerra y amenazando gangrena, así que sin terciar palabra lo internaron en el hospital sin pedirle opinión ni darle opción. Porque se puede estar seguro que si le hubieran dado dos gasas y un bote de alcohol ya se apañaba él. Si sería por huevos.

Valgan estos dos ejemplos para ilustrar la vida de tan magno vecino, y como creo que con esto he hecho justicia, dándole su merecido homenaje al fantabuloso Pepe el marrano, aquí lo dejamos por hoy.

Frase del día:
«El diablo está en los detalles.»

Actualización/migración del Project Freak

Hace poquito más de un mes que tenía ya planeado haber actualizado el WordPress (el gestor de blog que uso), remodelado el diseño de la web (que ya lleva 3 bocetos sin que ninguno me convenza) y añadida alguna sección más (como la galería y el curriculum vitae). Pensaba hacer una macroactualización, cambiando incluso de servidor de golpe y porrazo (ya que lo que tengo que incluir va a ocupar más espacio del que tengo disponible), pero ya me he dado cuenta que es imposible, y lo que es imposible, además de no poder ser es que es imposible que sea.

Así que he pensado ir haciendo la actualización poco a poco, de momento he empezado a crear la galería haciendo el diseño y seleccionando las imágenes que van a ser pocas porque tampoco me apetece poner muchas (de momento ilustraciones, luego añadiré cosillas de trabajo seguramente), que es lo más interesante. Luego ya veremos cuando tenga más tiempo.

Tampoco va a estar funcionando mañana mismo, que ocurrirá el mes que viene, pero así al menos me doy yo pispo la impresión de que puedo hacer cosillas para mí…

Hada Danzante
Ésto es una pequeña muestra de lo que habrá. Extracto de Hada danzante.

Frase del día:
«Después de todo, solo es otro ladrillo en el muro.»

Visión de futuro

Hay momentos en la vida en que hay que replantearse los planes de futuro más allá de los grandes clásicos de siempre (¿diesel o gasolina? ¿con o sin hielo? ¿dulce o salado? ¿rubia o morena?), y veces que sin habértelo planteado acabas viéndote obligado a tomar una decisión chunga…

Yo este año pensaba comprarme una tableta digitalizadora nueva (más grande, con más resolución, con más pijadillas,… más cara), pensaba cambiar de ordenador (por inercia más que nada), pensaba darme un voltio por el norte del país (que no se dice este país, se dice España), pensaba hacerme de unas cuantas piezas de coleccionismo friki (no preguntes y no te mentiré), una gachí rusa por catálogo…

Pero ha ocurrido lo indecible, lo abominable, voy a ser víctima de las modas y las modas me van a costar una pastafurra gansísima. Habiendo tomado la determinación por varios y variados motivos (entre los cuales no cuento el hecho de no comerme una rosca ni haciendo el pino, hay cosas que nunca cambiarán) de cambiarme las gafas, las posibilidades, si bien finitas, solo pueden acabar como todo lo que implica tener que elegir: en una escalada de terror (y precios) que pondría los pelos de punta al mismísimo Rockefeller.

Antes de nada decir que yo y las gafas somos algo que veníamos juntos de serie, ni yo me acuerdo de haber estado alguna vez sin ellas, ni me reconocerían algunos si no llevara las gafas puestas (tengo la teoría de que mi primer par de gafas me los rompieron con los forceps al nacer, pero se niegan a confirmarmelo). Si es que tengo un historial oftalmológico que cuando mi oculista va a una convención del gremio saca mi ficha para fardar. De todas formas no penséis que mis problemas de visión son graves, es una miopía ligerilla, sin gafas puedo hacer vida completamente normal si quitamos algunas cosillas como conducir, leer, ver la tele, reconocer a la gente por la calle o atarme los zapatos.

Que a mí no me gustan las gafas con cristales pequeños (por estéticas que les parezcan a la mayoría, yo prefiero bien grande el área al que poder mirar sin girar la cabeza, manías de querer mirar de reojo), ni esas cosas con monturas al aire (más que nada porque con lo burro que puedo ser no me iban a durar ni dos telediarios); pero de todas formas me paso por varias ópticas a ver si hay algo curiosote… Los cojones. Ni las dos velas a San Judas me han ayudado a encontrar ninguna montura que me gustara, que no me sorprende porque las mías creo que las traía Moisés en un bolsillo al cruzar el mar aquél y ya eran cosa rara entonces.

Segunda opción: lentillas. Eso pinta bien al principio, luego te vienen los aguafiestas y te dicen que si las llevas demasiado tiempo se te ponen los ojos peor que a las Supernenas finas de canutos, que si hay que ponérselas poco tiempo al principio y luego ir aumentando la ración para que el ojo no se ponga tonto (ya ves, más tonto de lo que está), y que si tal que si cual. Eso suponiendo que las tolere y siempre teniendo unas gafas de repuesto por si las multas y por si se pierde una lentilla. Vamos que al final tampoco me cambia mucho a como estoy ahora, porque sigo sin querer tener que llevar por ahí unas gafas que no me van a gustar aunque sean para emergencias.

Tercera opción: láser. A mí me dicen «láser» y lo primero que me viene a la mente es la Estrella de la Muerte metiéndole un pestiñazo del 15 a Alderaan, bueno, eso y el Doctor Maligno haciendo las comillas con los dedos. Ninguna de las dos visiones es algo alentador, para que nos vamos a engañar. La cosa es que te meten en un quirófano, te van desintegrando cachos de córnea con un rayo láser (FLUOOOOOOOSH!!) y le dan la forma que hace falta para que compense el desastre que tienes como ojo. El resultado es que se acaban las búsquedas de esa montura que no va a gustar, que no hay que tener cuidado con las lentillas y que con un poquito de suerte voy a poder encontrarme la chorra a la primera a la hora de ir a cambiarle el agua al canario sin tener que ir palpando. A mí me da todavía un poco de reparo porque conociéndome como me conozco, me pegan el tiro con el láser y todavía sale la córnea a pedirle al cirujano que no de portazos, pero como no va a ser mañana cuando ocurra creo que todavía puedo ir llegando a un acuerdo de compromiso con ella.

Claro, que lo malo es que al peo con la tableta digitalizadora, al peo con el ordenador nuevo, al peo con el viaje por el norte y al peo con las piezas de coleccionismo, la rusa me duele menos porque en cuanto me viera iba a volver a Kiev de un salto igualmente; pero claro, todo por la calidad de vida y ese salto en paracaidas…

Yo ya le he preguntado al oculista si podré reconocer a la gente por la calle, y el me ha dicho que claro que sí hombre, lo que me va a venir de lujo porque se me ocurre alguna a la que bien podría hacer un reconocimiento a fondo… si no fuera porque corren más que yo.

Frase del día:
«No me mires, no me mires, no me no me mires.»