En capítulos anteriores… Bah, que coño, yo quería preconfirmación (y sus niñas de 15 años) y no los microbios de postcomunión.
Mi compañera (cuyo nombre permanecerá en el anonimato porque hace algún tiempo que no la he visto y no le he preguntado si puedo nombrarla o no, no es por otro motivo) la verdad es que se esforzaba por seguir el catecismo y eso, vamos que se lo tomaba en serio. Yo me lo tomaba… bueno, yo quería estar en primera división.
Alguna vez falló mi compañera de ir por motivos que ahora no recuerdo, era entonces cuando salía mi mejor vena y los chavales aprendieron cosas de provecho de verdad. Cosas como jugar al Magic, los básicos del rol y del Warhammer, y por supuesto, lo divertido que es dispararle a la gente (sé que esta frase traerá cola y se me acusará de ser peor que Charles Manson, pero me importa tanto como los hábitos reproductivos del cangrejo bermejo), sin olvidar los grandes clásicos de ayer y hoy, como la brisca y el poker. Mensaje para mi compañera: entre nosotros, era más facil jugar con ellos que intentar enseñarles nada.
Debíamos tener como una docena de chavalines allí, tanto niños como niñas, en diferentes grados de espabilamiento (en todos sus sentidos, había una cría que estaba como acojonada de perpétuo pero cuando conseguías que hablara era capaz de soltarte una argumentación que te dejaba sentao y sin réplica, también había un crío que los tenía ya pelaos de ir dando por saco a todo Cristo y sus servidores más terrenales). Porque soy un hombre de pelo en pecho, si no, llegado un momento de debilidad, podría decir que después de 2 años con ellos les llegué a coger cariñillo (a algunos), pero no lo voy a decir; claro que también habría estrangulado a más de uno… Lo dejaremos estar.
Los críos de 10 y 11 años son muy majos (a ratos), pero a veces te salen con unas cosas… En una ocasión, una de las niñas (y recuerdo perfectamente quién fue, esta se la tengo guardada) pregunta así como quien no quiere la cosa a mi compañera si ella y yo éramos novios. En un segundo pasaron como diapositivas varias escenas e ideas, a saber: que la niña hablaba demasiado, que la niña me estaba arruinando mi futura vida sentimental (a la larga se demostró que hubiera dado igual, a mí ya me había mirado un tuerto) si se corría la voz (con perdón) de que ya tenía novia (que malo puede ser tener, igual de malo puede ser no tener, pero es imposible que algo sea peor que no tener y que el resto piense que sí), que tenía que estrangular a la niña, y que el novio de mi compañera me iba a partir las piernas si eso salía de allí. Creo que fue la única vez que la palabra «hostia» se dejó oir en la catequesis durante décadas, juro que nunca más dejaré que me sonroje una niña de 10 años. Mi compañera, más habil que yo en esas lides, aprovechó para contar que ella ya tenía novio (y que no era yo, claro). Y la cosa quedó ahí, afortunadamente.
En otra ocasión uno de los cabritillos iba con un rotulador permanente pintando allá por donde pasaba, daba igual lo que fuera: papel, pared, mesa, niño… Ahí es donde me salió a mí la vena Sargento Highway de pura cepa; le confisqué el rotulador y le dije que me lo quedaba hasta que su padre/madre/tutor viniera a pedírmelo porque quería hablar sobre su comportamiento. Evidentemente no vino nadie, así que todavía guardo el rotulador, la condición sigue vigente y me da igual que el chavalín tenga ya los 20 cumplidos, si no viene alguien mayor no le devuelvo el rotulador. Hala, que cuando digan «un rencoroso», diga yo «aquí estoy».
Otro día andaba yo organizando nosequé mientras la compañera estaba dándoles «la lección» a la bandada de cuerv… digooo… los niños. Yo estaba de espaldas en otra mesa, sin decir ni pío ni meterme con nadie y me sale la niña que nunca decía nada: «¿Por qué lo haces todo a escondidas?». Lo mío con las mujeres, hasta con las de 10 años, es de juzgado de guardia. Podía haber respondido que trabajo para el Mossad en mis ratos libres, que mi concepto de la intimidad es muy extenso, que estaba preparando el siguiente «ejercicio» intentando no molestar, pero no, respondí con la famosísima cita bíblica de «que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda» (o al revés, no sé, se entiende ¿no?). Pensándolo bien no fue una buena elección, si hubiera sido en mi deseada preconfirmación con los chavales de 15 me hubieran dicho de todo, pero afortunadamente los críos de 10 y 11 años todavía no están en disposición de entender la frase ni las segundas lecturas que se le puedan dar. A Dios gracias.
La última anécdota que recuerdo ahora mismo (si se me ocurren más, ya seguiré torturandoos con más capítulos del Anecdotarium correspondiente), ocurrió durante una visita del curilla a la factoría de futuros católicos de pro. Las temidas visitas. El cura se supone que hacía visitas sorpresa para comprobar que los niños se portaban bien y los catequistas se molestaban en ir a dar la catequesis, que no siempre ocurría. Ocurrió en una ocasión que el cura hizo la visita (que todos lo veíamos más o menos como una inspección de Hacienda, que no se sabe exáctamente si te van a sacar algo mal, pero acojona), y visitó a todos menos a mi grupo, que para más inri estaba yo solo (la compañera no apareció no se por qué). Oh, sorpresa, cómo se obró el milagro. Otro día me contó el mismo cura que resultó que al pasar por delante de la puerta y no escuchar ni un murmullo dio por hecho que estaban tan atentos a mí y tan concentrados que le daba palo entrar y estropearme el día, así que de paso me felicitó por tenerlos tan bien controlados. Yo no le quité la ilusión al hombre, pero fue una suerte que no entrara porque si estaban tan callados es porque estábamos jugando a la escoba.
He tenido contacto con algunos de mis viejos catecúmenos años después de aquello, me alegro de poder decir que no dejé secuelas irreversibles evidentes en ninguno y hasta son personas (si de provecho o no, eso ya lo discutiremos); será que el diablo cuida de los suyos. Ellos tampoco dejaron demasiadas secuelas en mí, sigo llevando una vida completamente normal a base de seis raciones de xanax diarias y visita semanal a mi psiquiatra, vamos, lo que todo el mundo.
Frase del día:
«¿Por qué tengo que hacer yo siempre de poli malo?»