Archivo de la categoría: General

The Project… raro raro raro. Volumen IV

Poco había que contar últimamente, así que recupero el post de rellenar espacio tontamente con las búsquedas más chorras con las que llega la gente a esta santísima web. (Influye también que no tengo apenas tiempo que dedicarle, sigan atentos a sus pantallas por si me desahogo un poco).

Mayo 2005
«realitychow» (por si no hubiera bastantes en televisión), «problemas intestinales» (si los buscas seriamente puedes probar con un tiento a la botella de lejía), «angela chaning» (hombre, un poquito de nivel ya iba haciendo falta), «dos rombos hacer la corbata» (ese programa me lo perdí, habrá que preguntarle a la Verdún), «realmente funciona algun anticelulitico» (no respondo porque me da la risa floja), «ventajas de la depilacion brasilena» (a riesgo de parecer soez, el conejo sin fideos cunde más), «broma al novio en despedida de soltero» (págale una furcia y hazle fotos, ya verás que risas), «como funciona la cinta metrica» (sin comentarios), «sensibilidad tiburon» (sensibilísimos, unas pasadas de llorar que se meten viendo Liberad a Willy…), «prostitucion en cartagena» (desde la plaza Bastarreche hasta el muelle, no tiene pérdida), «corporacion dermoestetica subir pecho lista de precios» (yo te los sostengo de gratis, guapa).

Junio 2005
«como se comen las muelas de cangrejo» (¿?), «hechizos con chicles de amor» (¿esos chicles dónde se venden?), «enfermeras al destape relatos» (con la de películas de Pajares y Esteso que hay del tema, y tú buscas un cuento…), «bacteria mortal en el ombligo» (será grande y fea, pero apostaría que es solo una pelusa), «sala comedia puerto mazarron» (tú mejor busca directamente a la camarera, ajú), «como se comunica una neurona con otra» (reconozcámoslo, en la mayoría de la gente las neuronas no se comunican entre sí), «el culo de mi prima» (¿y por qué no se lo preguntas a ella?), «los pitufos caracter demoniaco» (creo que se llamaba Gargamel, o algo asín), «robopilinguis» (si es que hay algunas que tienen unas curvas de base y unos puntos de trabajo que ya ya…), «satan es teleco» (probablemente…).

Las estadísticas se van contradiciendo

Ésta semana me he enterado de dos estadísticas, y me encantan las estadísticas porque cada vez se parecen más al horóscopo: lo que dicen y lo que hay en realidad no tienen el menor parecido; considero el sacarles los fallos casi un deporte.

Por un lado resulta que en España la esperanza de vida ya alcanza los 85 años, la más alta del mundo, sin duda con la aportación incontestable de Fraga y Nefertit… perdón, Marujita Díaz.

Por otro lado resulta que los que practican el sexo habitualmente durante más de X minutos varias veces a la semana (eran 5 o 6), viven un porcentaje de tiempo importante más que los que no.

¿Dónde está la contradicción? Pues amiguitos, es evidente. En éste país se moja poco y mal, eso no hace falta leerlo en las estadísticas (aunque también lo dicen por ahí) es comprobable empíricamente. Si el sexo alargara la vida, España debería ser como Sodoma y Gomorra pero a lo bestia, coño, que 85 años son muchos años; pero el caso es que no, que para haber la pedazo de esperanza de vida que hay ésto dista muy mucho de tener pinta de película de Pajares, con lo que no solo se desmonta el argumento de que el sexo aumenta la esperanza de vida, sino que parece que hay que darle la razón a Mr. Kellogs (recomiendo encarecidamente el visionado de El balneario de Battle Creek) y considerar que practicar el sexo reduce la vida (lo de las estadísticas tiene que ser mentira por fuerza).

De todas formas yo sabía que alcanzaría la vida eterna, pero no tenía este método en mente.

Frase del día:
«Estaba demasiado ocupado buscando respuestas… en sitios equivocados.»

Dolores inauditos

Calculo que llevaría unas 4 horas delante del monitor intentando darle los últimos retoques a un diseño de web que me habían pedido (nunca entenderé por qué son los últimos retoques si consumen el 90% del tiempo del diseño), al final lo dejo y me pongo a hacerme mi nuevo avatar del messenger, el Powerpuff Boy (de próxima aparición en sus pantallas), que tampoco sale ni a la de tres. Hago la intentona incluso de ponerme a ver una película, pero tampoco funciona.

Coño, si no supiera que no puede ser diría que estoy aburrido, pero como no puede ser lo dejaré en que estoy que me subo por las paredes. Y de momento, como si de una inspiración divina se tratara, me sale la idea: venga nene, a correr.

Y sin pensármelo dos veces me calzo las deportivas, me pongo una camiseta guarra (por vieja, no por poner cochinadas ni que lleve un mes sin lavar) y me lanzo a la calle. En cuanto pongo pie en la acera aspiro con fuerza el aire, por si fuera la última vez, que yo y el deporte hemos tenido nuestros roces más o menos peliagudos anteriormente y nunca se sabe. Echo a correr así en plan soy un atleta putamadre y me jamo en un plis lo que me parece todo un reto: desde la puerta de casa hasta la esquina de la manzana, unos 30 metros. Después de 30 metros estoy para que me den oxígeno, boqueando en la puerta de la Benetton (la dependienta me mira raro al otro lado de la puerta de cristal, algo me dice que no sabe si llamar al 112 o a la funeraria, desde luego no tiene pinta de que vaya a hacerme el boca a boca, lástima). Tomo la determinación, en virtud de mi orgullo masculino, de que antes de volver a echar a correr me salgo del pueblo porque prefiero morirme asfixiado por carencia pulmonar que de pura vergüenza, y haciendo como que no estoy agonizando me enderezo lo que puedo y me largo a las afueras, andando y sin prisas, que para diñarla siempre hay tiempo.

Una vez fuera del pueblo, alejado de miradas ajenas (y por tanto, potenciales salvadores de mi vida cuando me de la aneurisma que me va a dar), me quito la camiseta dejando al aire mi apolíneo torso pecholobo y me pongo a correr por el monte como si no hubiera dios. Cuesta arriba, con dos cojones. Y mira a ver, Maribel, que no se como andarán en el Everest pero allá por donde corro debe estar más alto de lo que parece porque hay una carencia de oxígeno en el aire del carajo, que después de 100 metros me noto la traquea pidiendo permiso para salir a preguntar por una bombona y los pulmones la siguen de cerca. Decido pararme un momento a renegociar con mi sistema respiratorio el tema de pagos, les prometo que si se portan bien dejo el disolvente y les permito unos minutos de deliberación, aceptan el trato y podemos seguir. Miro el final de la cuesta y la verdad es que parecen kilómetros lo que hay hasta allí; y entonces es cuando una vocecilla cabrona en mi cabeza (que cuando me entere de quién es se va a enterar de lo que vale un peina) me dice: «no hay huevos». ¿Que no hay huevos? ¿Que no hay huevos? Mano de santo oye, salgo pitando cuesta arriba y me como del tirón unos cuantos cientos de metros más (cuesta arriba, ríome yo del Tourmalet) hasta que llego al final, y veo la luz blanca al final… del tunel, porque estoy ya medio pa’llá.

Seguramente me temblarían las piernas, pero por debajo del estómago no me siento nada; habría buscado un sitio donde apoyarme, pero tengo la vista de un nublado que ya quisieran Justerini & Brooks conseguir efectos semejantes y no lo iba a encontrar ni queriendo; todas las percepciones se limitan a un «totototototo» que me pega en la sien y que tardo un rato en identificar como mi propio pulso. Tiene cojones la cosa. Si no termino besando el suelo es porque no se donde está.

5 minutos después he recuperado la vista y el pulso me ha vuelto a una velocidad normal (no como antes, que más que un pulsímetro me hubiera hecho falta el cuentarevoluciones del Fernando Alonso ese para medírmelo), así que me propongo continuar, a menos ritmo y en camino aproximadamente llano. Un paseo comparado con lo de antes, es que solo a mí se me hubiera ocurrido después de años (pero años) de vida enraizada (eso de sedentario como que se queda corto) empezar con una carrera cuesta arriba. Sin novedad en el frente en los siguientes 30 minutos. Quién me lo hubiera podido decir a mí, que yo iba a correr durante 30 minutos a buen ritmo y no iba a acabar en una ambulancia con una apoplejía del quince… cualquiera que supiera que nadie sabía dónde me había ido y que iba sin movil, que 30 minutos podrían haber dado como resultado una apoplejía, pero allí perdido de la mano de Dios fijo que en ambulancia no iba a acabar, hubieran venido directamente con la caja de pino. Ya me imagino la situación: la ambulancia parada allí al lado mía, un poco más allá el coche de la funeraria y se para un todoterreno negro algo más cerca, se baja Grissom y dice tranquilamente «ha muerto por imbécil». Y el Grissom siempre acierta.

Cuando el sol ya se iba ocultando me dispongo a volver a casa, porque además del movil se me han olvidao las gafas de ver, y sin sol con las gafas de sol veo poco, pero si voy sin gafas eso de ver «tres en un burro» es ya cosa de ciencia ficción. Así en cuesta abajo los metros se me hacen bastante más llevaderos (mis pulmones y yo ya hemos llegado a un punto de compromiso, ellos siguen funcionando sin caerse al suelo y yo les dejo entrar en casa). La vocecilla cabrona va todo el camino diciendo cosillas como «…hasta la farola», «…hasta el stop», «…hasta la rubia», siempre con el «no hay huevos…» delante; cómo me conoce.

Resumiendo. Como ya voy falto de riego y el cerebro no me rige me hago el camino a casa del tirón, 3 kilómetros, sonriendo como un energúmeno, abro la puerta de casa y entro. Se me quita la sonrisa de golpe y los pulmones una vez en casa parece que deciden que ya han cumplido con lo suyo porque estoy para que me de un paparajote y ahí mismo puedo estirar la pata como alguien me tosa. Como buenamente puedo me busco un sillón y me dedico a agonizar durante al menos media hora (podría ser más, a mí cuando estoy agonizando eso de calcular el tiempo a ojímetro me patina un poco).

Ahora entiendo la campaña de tráfico aquella de «las imprudencias se pagan, cada vez más». Me duelen cosas que no sabía ni que tenía, estoy de un reventao que no puedo ni moverme, y he demostrado científicamente que eso del afan de superación debí habérmelo dejado en otra chaqueta porque la próxima vez que se me ocurra eso de correr voy a darme de cabezazos en la pared hasta que se me pase la idea.

De aquí en adelante va a hacer deporte Rita la cantaora. Hasta ahí podíamos llegar.

Frase del día:
«¿Entras a por una chica y sales con un perro? Estas perdiendo facultades.»

Orgullo de torero

En ocasiones se pregunta uno cómo es que siendo el orgullo uno de los siete pecados capitales tan poca importancia se le da normalmente, y sin embargo es el que más a menudo se topa uno a diario, quitando tal vez la pereza. Aunque aclarando el punto que el que suscribe se presenta voluntario para las intentonas femeninas de pecar por la lujuria, todo sea por ganarse el reino de los cielos sacrificándose por el prójimo. Si es que soy un santo.

Sigo por donde iba. El orgullo es eso que hace que entre otras cosas la gente no sea capaz de reconocer sus errores, y no solo no los enmienda, sino que los sigue cometiendo una y otra vez sin llegar a importar el resultado. Y lo peor no suele ser que el orgulloso pierda la oportunidad de mejorar, no ya como persona, no nos vamos a poner tan trascendentales, sino en la realización de su trabajo o sus aspiraciones; además son capaces de hundir a aquellos a los que sus decisiones (erróneas, por supuesto) afectan.

Iba a decir eso de “tengo un conocido”, pero está visto que siempre que se dice eso la persona que recibe el mensaje suele pensar “ya está escurriendo el bulto éste”, pensando que se habla en tercera persona para evitar la vergüenza de la primera. Así que usaré la primera persona, porque total nadie se iba a creer lo del «un conocido».

El caso es que ocurrió un examen, del que tampoco diremos qué asignatura era por si se exaltan los ánimos (ya escucho la multitud en la calle preparando la revuelta con horcas y antorchas), y yo/mi conocido teníamos la certeza de que buena parte del examen estaba perfectamente resuelto. El tendido enfervorecido hubiera pedido más de haber visto ese examen. Una de esas raras y extrañas ocasiones en que das con una manera ligeramente original de resolver los problemas de manera que el resultado se autoconfirma, obteniendo de forma directa por el mismo resultado la forma de comprobar que está bien. Vamos, la forma que cualquier estudiante quisiera hacer siempre los exámenes. Ole maestro, así se lidia. Se prometía feliz el resultado.

Acojonante el uno (1, por si las dudas) que aparece en la lista de notas. Se alteran los nervios, las glándulas sudoríparas se ponen a trabajar a toda mecha y las palabras “ejecución sumarísima” parecen dos neones que salen al lado del nombre del profesor en cuestión. Resuelto a desfacer el entuerto, me/se encamino/a a charlar animadamente con el profesor en la revisión, con la firme intención de no estrangularlo antes de tiempo ni tener que inmolarse cual taliban educativo, o ya puestos, apuntillarlo antes de darle dos vueltas al ruedo. Comienza la revisión y se masca la tensión en el ambiente, la demostración de dominio del temario del examen es (modestias apartes) sublime; el profesor se ve bastante impresionado por la resolución de los ejercicios, que tienen una explicación perfectamente lógica pero que no los había corregido siquiera porque no entendía el planteamiento inicial que no se le había ocurrido al profesor y que son prácticamente perfectos (al final se demuestra que ni lo había intentado, habiendo tachado incluso enunciados teóricos literales al libro de referencia de la asignatura), vamos, una revisión de examen de esas que si hay más alumnos en el despacho te vitorean y te sacan a hombros por la puerta grande mientras las mujeres del palco te lanzan los pañuelos. Ole. Tremendo oiga. El resultado final: el 70% del examen corresponde con apenas el 30% de la nota eso contando con que en ese 70% se incluye el ejercicio “gordo”, el mihura del día. Y lo que era un 1 se convierte en un 4’5 (sí, no era el 70% lo que estaba bien hecho, sino más), y el profesor, con cara de simpaticote suelta un “en septiembre nos vemos”. La cosa se ha puesto de momento en plan de esas de cortarle las orejas y el rabo aunque solo sirva de desahogo. Al toro, al toro, que nadie piensa mal.

Y claro, estamos hablando simplemente de un problema estudiantil, cuyo resultado fueron 3 meses más de estudiar y perder de aprobar otra en la convocatoria de septiembre. ¿Qué ocurre cuando algo así lo hace el director de una empresa? ¿50 o 60 curritos a la calle? ¿Y si lo hace alguien estilo presidente del gobierno? ¿Nos vamos a la guerra? Hay tantos ejemplos que poder dar que casi me da vergüenza haber contado algo tan ridículo como una corrida de toros… perdón, una revisión de examen.

Siempre he creído que la mayor parte de los problemas del mundo se podrían solucionar con un poco de humildad por parte de los que precisamente no tienen de eso, pero claro, Dios le da pan a quien no tiene hambre, y da humildad a quienes no tienen forma de pecar de orgullo.

P.D.: El resultado en la siguiente convocatoria fue de 8’5, y el examen empezaba “explicando y siguiendo los planteamientos desarrollados en el examen de la anterior convocatoria…”.

Otro relato (archivo en descarga)

Aunque se de buena tinta que nadie se los lee (los niños, los borrachos y las estadísticas de la web nunca mienten) he subido otro relatito de los míos, en realidad con los calores estoy de un perro que no me aguanto (vale, yo siempre estoy perro, pero ahora más aun) y lo que he hecho ha sido recoger las 4 partes de Una mala incursión, que ya estaba en trocitos, juntarlos y volverlos a subir como si fuera algo completamente nuevo.

Eso en una empresa tendrá un nombre rimbombante como «reutilización de activos» o algo así, aquí lo vamos a dejar en «Dios, que tío más gandul»; pero como lo único que tenía que haber sido el TPF era un sitio donde ir colgando mis paridas, y se suponía que lo haría los días 1 y 15 de cada mes, pues ahí queda, en la sección de Archivo y aquí en directo en PDF.