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Un día cualquiera en el curro en pleno Agosto: coches, calor, maromos que no saben lo que conducen, litros de combustible y en medio de todo el fregao el menda con la manguera en la mano… Ainch.
Allí estoy yo sirviendo gasolina (ni un chiste con eso, ni uno), y ahí que entra un coche tipo Seat Panda rojo de los antiguos con los suficientes años como para ser el que usó Moises en el desierto, se para y se bajan dos tías; dos jacas de estas que los hombres normalmente necesitan electroshock para quitarles los ojos de encima (yo no, por supuesto, que yo soy un caballero y jamás llevaría gafas de sol solo por mirar escotes con tranquilidad). A la derecha saliendo de la esquina del conductor, la española, rubia, con pareo cuasitransparente y dos piezas en blanco (de esos que si en seco molan, con agua de por medio provocan llamadas al 112); en la esquina izquierda, la inglesa, morena, con top azul oscuro insultántemente pequeño y pantaloncito de esos superajustados (que ya entendí por qué los guiris los llaman «hotpants», vaya que sí). Veintipocos años las dos.
Ambas dos se dirigen a la parte de atrás del coche, abren el maletero y se ponen a hacer algo dentro. La española se vuelve y me dice algo, pero me ha pillado en mis oraciones diarias de a Dios gracias por permitir esos grandísimos inventos que son la licra y el spandex y no me entero de nada, así que me lo repite. Llenos de súper que son para la lancha. Pues ahí voy yo que la agarro y se la meto. Agarro la manguera de la súper y se la meto al bidón, se había entendido. ¿No?
Bueno, pues en esto que estoy yo eso de llenar los depósitos cuando la morena coge un embudo que había por ahí (juro que para tener el tamaño que tenía no se que estaba haciendo yo que no lo había visto antes; bueno, saberlo sí lo se, pero queda feo decirlo); un embudo… Puf, hasta la fecha no había visto yo un embudo de ese tamaño, así sin exagerar debía andar por los dos palmos de largo y tres dedos de ancho en el caño. Así a priori no le iba yo a hacer mucho caso al embudo, porque tenía cosas más interesantes que ver (la cuenta de la gasolina y cómo iban de llenos los depósitos, a ver qué vamos a pensar, que yo soy un profesional).
La conversación a la que me voy a referir ahora entre la española y la inglesa la tuvieron en inglés, supongo que porque pensaron que no lo entendería nadie cerca, porque si eso lo llegan a escuchar todo el maromerío de allí pudiera haber habido disturbios generalizados. Yo por si acaso en este relato la voy a contar en cristiano que es mucho más práctico.
Total, que yo sigo a lo mío de llenar depósitos y admirar el paisaje cuando la inglesita dice algo así como «¿ésto es para sentarse?», yo normalmente miro a la cara cuando oigo que alguien habla, por si es a mí, pero en ese instante lo que estoy mirando es lo que lleva la tía en la mano: el embudo. Tranquilo nene que estás alucinando, que no puede ser que haya dicho eso. La española que se gira extrañada a la guiri y le dice que «no, esto es para echar la gasolina en la motora». Joder, pues sí que lo había dicho. La inglesa le devuelve la mirada mientras agarra el embudo por el caño y le dice que «no, no, esto es para sentarse encima», y se ríe; a mí me empieza a bailar la pistola de la súper dentro del depósito. Ay Dios. La española entonces se pone a explicarle así en plan Barrio Sésamo a la morena por dónde van los tiros con esto de los embudos, como si no hubiera que hacerse 5 años de carrera para dominar el tema, pero la inglesa sigue en sus trece de que los embudos son para sentarse encima. Yo, que como ya he dicho soy un profesional del quince, no me pongo a imaginarme a la inglesa sentada sobre el embudo y dando saltitos; y pensarlo no lo pienso, pero por si acaso me pongo a mirar en dirección contraria para que no se me note el hilillo de babas y la cara de loco. Lo de los saltitos no lo dijo, pero ya lo pongo yo que me cuesta poco. Dios, que no me coma una rosca pase, pero que encima de todo me restriegues estas cosas en la cara… hay que ser un poquito cabrón. Las dos siguen ahí dale que te pego a los usos menos ortodoxos del embudo de marras, y yo procuro mirar al horizonte y hacer oídos sordos hasta que se acaban de llenar los depósitos, me recojo la manguera y le digo a la española mientras me aguanto la risa «son 10000». Cuando me paga me percibo claramente que no era que la pistola estaba bailando, es que me tiembla el pulso, pero que tiembla la de Dios.
Yo me muerdo la lengua para evitar hacer algún comentario sobre lo mal repartido que está el mundo, y las dos chavalas se suben al coche, arrancan y se largan. Y allí me quedo yo, pensando en cómo se dirá en inglés eso de «en tiempo de guerra todo agujero es trinchera». Tenía que haberle preguntado a la morena que se veía entendida en el caso…