Carthago, 9:30AM, sala de torturas PS1 de la UPCT.
Dejo la mochila cerquita de la puerta, que me conozco. Me siento tranquilamente en la silla, sabiéndome conocedor de todos los intríngulis de la tortu… del examen que voy a perpetrar de un momento a otro, el profesor mira desafiante a la afición mientras empieza a repartir folios, pero yo que soy muy machote no me achanto porque estoy que me lo como con patatas. Que me lo como, con dos cojones.
Finalmente llega a mi lado y me deja el examen; tardo dos segundos en darme cuenta que el examen está al revés, dos segundos más tarde me doy cuenta que estaba bien y al girarlo lo tengo justamente del revés, así que vuelta a ponerlo derecho. Pasados diez segundos descubro que se me ha pasado el hambre, que los cojones me los he dejado en los otros gallumbos y que no tengo ni la menor idea de por donde se coge eso.
Se me ocurren dos planes de actuación al respecto: por quedar bien me dedico durante una hora por lo menos a dibujar en los folios que tan amablemente me han dejado, o bien pongo pies en polvorosa como alma que lleva el diablo y pongo mi trasero a salvo lejos de este engendro demoníaco. Ante la problemática decisión miro al techo (si se aparecía en Belmez, no veo por qué Jesucristo no iba a aparecerse en el techo de la Politécnica); en respuesta a mis plegarias el cielo se abre, un rayo de luz brillante me ilumina y se oye una voz poderosa que dice: pos va ser que no. Entonces opto por echar un vistazo al personal, por si soy el único tonto que no sabe por donde salir corriendo: con las caras que se ven llego por reducción al absurdo a la conclusión de que entre todos no tenemos ni para poder terminar el primer ejercicio, pero los muy bastardos no se atreven a salir los primeros por vergüenza.
Me pienso muy mucho lo de dibujar durante una hora, al fin y al cabo tengo un dibujo entintado cojonudo que hice durante un examen de física hace algún tiempo, los exámenes inspiran mazo, te lo digo yo. Pero nada, no estoy yo hoy con cuerpo de dibujar y me he dejado los estilógrafos en casa, así que plan B, aquí paz y mañana gloria.
Yo, que a estas alturas tengo bastante poca vergüenza académica y que se de buena tinta que los compañeros me van a ver poco menos que como un héroe, decido romper el hielo (me asalta la duda de si me puedo llevar el exámen, pero decido no preguntar por si acaso)… El menda agarra el examen y los bolígrafos, se lo mete todo cuidadosamente y sin que se note en el bolsillo; el momento se acerca. El alegre cervatill… perdón, el profesor comienza a dar paseos a lo largo de los pasillos entre pupitres, y en cuanto se gira para contestar una duda o echárle un ojo a algo raro en el examen de alguien… Oigo algo así como un pistoletazo, me levanto disparao y me hago los 7 metros hasta la puerda una velocidad que ya me hubiera gustao que me cronometraran porque me fundo al maromo del record nuevo de los 100 lisos de calle. Abro la puerta mientras con la otra mano agarro la mochila y salto afuera mientras oigo voces detrás.
– ¿Oiga, usted no…? – Pero vamos, que ya se sabe que a palabras necias oídos sordos.