Cuando tiene un coche con veintitantos años y con más mierda que el palo de un gallinero puede esperar cualquier cosa de la vida, hasta las sorpresas más absurdas del mundo, como que un día notes que el coche se para en seco, y cuando sales fuera del rango de acción de la capa de dos dedos de barro e insectos aplastados en el parabrisas, descubrir que hay un almendro centenario donde antes estaba el radiador.
Sin duda alguna hoy ha sido uno de esos días en que las infrecuentes cualidades se unen a algunas más para conseguir que un coche de todo lo que puede dar. Al menos después de tantos años de servicio.
Érase una vez que se era, que iba mi persona pilotando alegremente dicho vehículo por una carretera convencional con un carril por sentido, acercándose a una velocidad adecuada y dentro de los límites establecidos para dicha vía a una redonda de dos carriles, con Lacuna Coil sonando a modo de banda sonora. Cuando, oh, que ven mis ojos. Ni más ni menos que todos los guardias civiles del mundo (y parte del extranjero), acechando cuales aves rapaces a los lados de la redonda, atrapando a los indefensos cervatill… perdón, que se me va, parando a todo bicho viviente con pinta sospechosa.
Acertasteis, mi coche es altamente sospechoso de incumplir al menos una docena de normas de circulación, varios puntos de la convención de Ginebra e incluso los niveles máximos admisibles para las emisiones de radiación. Así que estaba cantado.
El hombrecillo verde me indica amablemente que me eche a un lado y que pare el vehículo, y acto seguido me pide el carné de conducir. Yo, que soy previsor como el que más, ya estaba buscando el bote de vaselina para las emergencias documentales que hay en la guantera, por lo que pudiera pasar. Paso la prueba del carné sin demasiados problemas y entonces me pide lo del seguro, los papelillos técnicos del vehículo y poco más, que sorprendentemente encuentro en poco tiempo, aunque por si acaso lo he amenazado con pasarme alegremente la vida buscándolos porque no sabía donde podían estar.
Si yo no sabía dónde estaban los papeles, el marcianito tenía menos idea sobre qué tenía que mirar y qué no, porque ha tenido que consultar en más de una ocasión los datos con un compañero más viejo. Será que era la primera invasión a la que venía y claro, es que la experiencia es un grado y eso de invadir es algo que tampoco se hace todos los días. Algo que los polacos agradecerán mucho, porque cuando empieza una de las mundiales siempre son de los primeros en comerse el marrón, y la Estatua de la Libertad, que siempre que viene alguien de otro planeta es la primera cosa que ponen mirando pa Cuenca.
El caso es que le digo algo como “oiga Señor Extraterrestre, y ahora que estoy aquí parado en una posición un poco rara no se en qué dirección salir”, a lo que el Señor Invasor me responde amablemente que no tengo más que hacer una pirula, me meto por dirección prohibida que me dejan y a correr. Yo todo contento porque me voy a hacer una dirección prohibida delante de mil millones de números. Así que como el Pelocho me ha dejado, pues allá que voy yo a arrancar mi coche y seguir mi camino tan alegre.
Y cuando le doy a la llave de arranque… güinguinguinguinguinguinguinguin (esto es una onomatopeya ridícula para que parezca el sonido que hace mi coche cuando no arranca). El güinguinguinguinguinguinguin (la misma onomatopeya) se repite un par de veces y todos los señores del onceochoochentayocho me miran con los ojos como platos y expresiones horrorizadas (más o menos la misma cara que ponen los merluzos que se sorprenden de que en mitad de agosto, a las cinco de la mañana de un domingo, no queden cubitos en una gasolinera). Los invasores se acercan a mi ventanilla y me preguntan que si es habitual, a lo que yo respondo que no, que tranquilos, que seguro que no es nada, y se oye de fondo un grito que era tal que: “si llegamos a saber esto no te paramos”.
Me veo en ese momento en la triste tesitura de calmar a los tipos de verde, diciéndoles que a veces es que mi coche se ahoga un poco, que son muchos años de servicio, y aunque se trata de una máquina de precisión nanométrica ajustada hasta el mínimo detalle, a veces le da por fallar tontamente sin motivo. Oigo las gotas de sudor frío que les caen (chop, chop, y con la solana que hace) a los interfectos mientras se imaginan empujándole a mi poderosa mecánica que riete tú de la carraca del Alonso bajo ese sol que más que sol parece una parrilla puesta a mala leche sobre el lomo. Se oyen suspiros de alivio cuando digo que es que se ahoga. Sin embargo yo ya me veo metiendo tercera y soltando embrague mientras grabo con el móvil como me empujan la máquina de precisión media docena de etés (y otro que debía ser un alien, porque era más grande y brutote, nada de dedos de colores ni cosas por el estilo, además soltaba líquido a chorro, pero es que con el sol que caía no era para menos), aunque claro, grabar con el móvil seguramente habría hecho que me cayera una multa de cojones, pero… ¿A quién le importa en una situación así?
Al final, sin embargo, demostrando el poderío por el que después de taitantos años mi coche sigue, arrancó. Y salí de donde estaba aparcado haciendo una pirula y metiéndome por dirección prohibida, mientras me miran los mil y un hombrecillos verdes invasores de Marte del onceochoochentayocho pelocho. Qué gustazo saltarse una dirección prohibida tan alegremente y además con el beneplácito del poder fáctico en funciones.
Y seguí mi camino hasta el destino…
PD: Hoy, por primera vez desde que me saqué el carné hace ya más de un lustro le he encontrado uso.
PD2: He resistido la tentación de meter por aquí el chiste de la tortuga que va a cruzar la calle y cuando ve venir un coche grita “oh, no, matopeya”, para terminar de ilustrar debidamente el ruido que hace mi coche cuando no arranca, espero que os sintáis afortunados por no tener que sufrir ese espantoso horror en vuestras retinas.