Érase una vez que se era en un pequeño pueblecito de la costa murciana, que aconteció una comida de fin de curso (y salida en hombros por la puerta grande del colegio) en medio de Sierra Espuña. Allí, no se recuerda quien propuso echar un partido de fútbol allá en medio de ninguna parte, rodeados de piedras, pinos… y terraplenes. Quedará para siempre envuelto en el misterio por qué cojones, yo que jamás le había pegado una patada al balón y que creo que el deporte es lo más pernicioso del universo, me decidí a jugar; y por qué importándome un pimiento el balón fui yo quien saltó aquél arbusto a buscarlo cuando se salió por la banda; y por qué Dios había puesto un terraplén de 10 metros con un foso de 2m de profundo al final; y cómo es posible que no me partiera la crisma allí mismo en lugar de hacerme daño en el tobillo… Me tuvieron que sacar haciendo rafting con una manguera (señor, que estampa más ridícula tenía el profesor bajando por allí con una manguera de esas a rallas verdes y amarillas), y… bueno, esto lo dejo que francamente la escenita daba vergüenza ajena, aquello parecía Sal del bujero como puedas 2.
Después de comer (aquello fue por la mañana y a mí me podría doler la de Dios es Cristo, pero el menda paga la comida y el menda se queda a comer, aunque le caigan unas lágrimas como puños), un par de profesores me llevan a mi casa y una vez allí hago trasbordo en dirección al centro de salud (que aquí de hospital, dos piedras…).
Amablemente un maromo del centro de salud me atiende y me identifica los dolores del tobillo como un esguince leve, me venda y me manda para casa con una cara de sentirse realizado que impresiona (yo si que le iba a realizar una traqueotomía de emergencia a bocaos que iba a ser de impresión). Media hora después estabamos otra vez allí, mi madre, yo y mis deditos del pie que habían adquirido un graciosísimo color azul marino gracias a la venda que tan hábilmente me había puesto el maromo de antes; ahora, afortunadamente para su integridad física, me atiende otro que me hace lo mismo y me manda para casa con cara de «estas cosas pasan hombre, tú date por contento que no te hemos dejado unas tijeras en el higado».
Tres días después de dolores insoportables me analiza la situación (y el tobillo, claro) un médico (éste si que era médico de verdad, pero debió haber falsificado los papeles, porque otro que tiene la misma idea de medicina que yo de la cría del berberecho africano). Me confirma que tengo un esguince, pero que es gordo y que me cambian la venda por una combinación de venda y escayola.
15 días después. Me mira el mismo maromo de los papeles falsificados y me confirma que como no me vendaron bien al principio algo se ha jodido en el esguince y me van a tener pseudoescayolado otros 15 días, pero que vamos bien (iría bien él que podía andar, no te joroba).
15 días después. Con un tobillo que cada vez se parecía más a un morcón de proporciones ciclópeas (no ya por el tamaño, sino por el colorcillo que iba cogiendo aquello), mis nunca suficientemente alabados progenitores se saltan todas las normas y me llevan al traumatólogo, un tipo bastante majo que puso mala cara cuando nos saltamos la lista de espera, y puso peor cara cuando me vio el tobillo. El tío me manda unas radiografías ipso facto y me las hacen en tiempo record, y cuando las mira dice algo así como «¿Y con ésto llevas ya un mes? Astillamiento del tobillo, rotura de tibia y peroné, esquince quíntuple… Sorprendente». Total, que con gran pesar por mi parte, porque conocía ese desastre desde pequeñito (desde que me habían dicho que era un «esguince»), el tipo me pone en tratamiento majo y tardé «solo» dos meses más medio curar el tobillo.
2 meses después. Lo único que tuve remarcable aquí es que me quitaron la escayola reforzada con una sierra de esas quirúrgicas que no rotan pero vibran, el tío no dejaba de decirme que esa sierra no hacía daño. Que no, que no corta, que no hace daño. Eso que se lo expliquen a la sierra, porque a mí me hizo polvo, que no cortaba carne ni ná pero lo que es quemar… todavía tengo una cicatriz de quemadura de medio palmo en la pierna, y no me consuela el hecho de haberle dejado la camilla con más pelos que las barbas de Judas. En fin, allí acabó la odisea, afortunadamente.
Por último, solo decir desde aquí que no guardo ningún rencor a los ineptos que me atendieron ni al tío que me quemó la pata con la sierra… Mis mejores deseos de que los pille a todos una avalancha de mierda en un callejón cerrado y del susto se les habra la boca.