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Las madres

En un día como hoy, está claro de lo que hay que hablar: de las madres.

Y es que a pesar de ser una gracieta muy repetida, madres no hay más que una, afortunadamente. Reconozcámoslo, las madres son la cosa más maravillosa del mundo, a quienes debemos la vida y a quienes miramos con admiración… hasta que cumplimos nueve meses.

Ahí ya tenemos nuestros primeros encontronazos. Tú vas tan tranquilo gateando por ahí, conociendo todos tus nuevos dominios (es que algún malnacido decidió que cuando nacieras tenías que perder la placenta, con lo a gusto que se estaba allí). Y de momento lo ves, sobre la mesita del recibidor, brillante de puro limpio y tan llamativo por las florecillas de plástico de colorines que es que necesitas que sea tuyo: el jarrón preferido de tu madre. Vas, lo coges y zas, a tomar por culo el jarrón hecho pedazos en el suelo. ¿Por qué tengo yo que tener estas morcillas en lugar de dedos? Ahí aparece tu madre, a toda velocidad por la puerta, que no sabes seguro cuando llega si es tu madre o un tranvía descarrilando y te mira con los ojos desorbitados y gritando que si qué haces, que si lo has roto, que si eso no se toca. Con una cara de mala leche… Y tú pensando: pero coño, no me mires así que yo me he asustado más que tú. También te gustaría explicarle, muy educadamente, que no es culpa tuya que el desarrollo cognitivo y la coordinación corporal sea tan lenta en el ser humano, que te han fallado las manos que ella misma parió (y ahora te jodes, habértelo pensado mejor antes), y que en fin último la culpa es suya porque el jarrón de marras no cumplía con la normativa esa para protección de niños pequeños y que como se ponga tonta le vas a meter un paquete que se va a cagar por lo legal.

Todo eso lo intentas con nueve meses, sin tener ni idea de lo que es la coordinación corporal (que no sabes lo que es, pero te hace la puñeta igualmente, porque maldita la gracia de tener que llevar la mierda pegada al culo), ni el desarrollo cognitivo (que entre otras cosas te tiene sin vocabulario, pero como tampoco sabes lo que es el vocabulario es lo de menos). Lo que está claro es que la culpa es suya, pero como no puedes hacer otra cosa, te echas a llorar. Y oye, lo de llorar funciona un tiempo. La lástima es que a los treinta años la cosa se ha jorobado.

Más adelante te enseñará por las malas lo que es la relatividad. Einstein se partió los cuernos para mostrar su teoría, pero una madre lo hace en un santiamén (y de paso te hace la puñeta). Vas andando por la calle de la mano de tu madre y pasas por delante de un escaparate, ves algo que te guste y se lo pides amablemente: “mamá quiero eso”. Todo correcto, pero tu madre te dice que no puede ser, que no tenéis tiempo o que no lleva dinero. Tú claro, te montas en la torda y le montas un show (antes se les montaba un espectáculo, pero desde que nos hicimos europeos había que modernizarse). Entonces vienen los tirones del brazo, los “te la vas a ganar, fulanito” y los “compórtate”. Al final, como medida de disuasión futura (que Pavlov se sentiría orgulloso) nos arrea un sopapo (o serie de ellos, que pueden ser como las pringles, que una vez haces pop ya no hay stop) hasta que nada mas que de la impresión te callas. Luego al llegar para comprar el pan, ves como tu madre se pasa media hora allí hablando con la señora Mariana y afloja la pasta para pagar el pan. Y entonces es cuando entendemos la relatividad gracias a nuestra madre: que antes no había tiempo ni dinero y ahora sí, es relativo, la hostia es absoluta.

Algunos avispados, precoces opositores a las concejalías de urbanismo, descubren que el relativismo económico se puede evitar siempre y cuando se esquive la pregunta del millón: ¿Mamá, me dejas unos eurillos? Como si fuera una cuestión de Schrödinger, descubren que no preguntar es la manera más fácil de conseguirlo; porque si preguntas, lo mismo no hay…

Los tiempos cambian, los hijos crecen, pero las madres son una invariable en el tiempo; da igual cuanto tiempo pase, las madres siempre estarán ahí para lo que necesites y poder decirte las cosas como deben ser. Si sales poco, de demostrarán que sales poco; si sales mucho te demostrarán que sales demasiado; cuando hagas un equipaje estarán ahí para recordarte si has echado el neceser y sobre todo. Pero como muestra un botón.

– ¿Llevas dos meses sin salir nada y ahora te ha dado por ahí? ¿Es que no piensas parar por casa?
– Mamá, precisamente por eso, es que son las fechas.
– ¿Has echado el neceser?
– ¿Pero para qué voy a echar el neceser? ¡¡Si voy a un examen!!
– ¿Llevas preservativos?
– ¡Que es un examen!
– Nunca se sabe, nunca se sabe.

Los preservativos. Las madres tienen cierta obsesión con esas cosas a veces, por alguna razón misteriosa, total, si luego son ellas mismas las que te preguntan que cuando vas a darles un nieto… A veces incluso las alternan, es una cosa realmente increíble.

– Mamá, oye, que nos vamos fulanita y yo a dar una vuelta.
– ¿Llevas preservativos?
– No.
– Pues deberías, que nunca se sabe.
– Mamá, sabes que tengo 47 años y me hice la vasectomía después de mi segundo divorcio…

En definitiva las madres son realmente esas mujeres sin las que no podrías vivir y que muchas veces no te dejan vivir. Y que afortunadamente sólo hay una, pero con las que pasan con algunos de nosotros, tampoco iba a haber cola para ser nuestras madres.

Feliz día a todas las madres.

¿Intimique?

A todo el mundo le gusta tener un poquito de tranquilidad y le hace falta otra poquita de soledad cuando tiene que hacer determinadas cosas (y no hablo de cochinadas, que nos conocemos… pero también); también aunque sea un pequeño espacio personal en que poder tener sus asuntillos privados y sus pequeños secretos.

Eso es lo que se viene llamando intimidad.

La necesidad intimidad se manifiesta de muchas formas, tantas como el objeto de esa necesidad y la edad, porque claro, no se tienen las mismas necesidades con trece años que con treinta, aunque en las dos es importante ese pequeño reducto de íntima privacidad.

A nivel superficial, es intimidad lo que a uno le gusta cuando se sienta en el váter a repoblar los bosques españoles (lo que habitualmente se conoce como plantar un pino), así con tranquilidad y sosiego, se baja uno pantalones y gallumbos (o bragas, o tanga), se sienta, le da un escalofrío de esos de descubrir que la taza está helada y amenaza congelarte los pelillos del pompis y se prepara para soltar lo que tenga que soltar; algunos ya realmente parsimoniosos (o que sufren las hemorroides en silencio) con su periódico o su libro de turno. Ah, que solaz, que placer… Y entonces entra un hermano/padre/cuñado/suegro o hermana/madre/cuñada/suegra (esto es porque ya se sabe que TPF está a la vanguardia de lo políticamente correcto, mis estimados lectores y lectoras), y te preguntan que dónde están las pilas del mp3 (espera que ahora mismo las estoy cargando, mmmmppffff), o que si tienes las pinzas del pelo (sí, espera que termino de depilarme los huevos), o que le pases por debajo de la puerta el champú (porque será que ahora el Pantén ese lo hacen en formato tarjeta de crédito). Total, que al final casi prefieres probar suerte en el bar de al lado, que está asqueroso pero es mucho más tranquilo.

También gusta de tener un poquito de intimidad de esa cuando uno quiere ver una película de las que llaman dramas intimistas, de esos que por muy hombre de pelo en pecho que seas corres el peligro de acabar con la producción de kleenex nacional, cuando rebuscando entre los cajones encuentras un Micho y te da por hacer memoria de los lejanos tiempos en que eras un moco que no levantaba tres palmos del suelo, cuando como en el anuncio del coche ese te da por escuchar los grandes éxitos de Locomía (que es curioso, nadie los escucha y a nadie le gustan, pero vendieron discos a patadas), o cuando ves esos grandes clásicos que son Conejitas Viciosas 2: El retorno del chichi juguetón, Si yo no soy Curro Jiménez que hago con este trabuco o Méteme tu espada de luz por mi reverso oscuro.

Quitando los últimos ejemplos, que deberían provocar más problemas a los chavales de trece años que a la gente cercana a la treintena… no? (qué horriblemente viejo me siento ahora mismo), creo que es evidente que hay momentos que conviene pasar en soledad o al menos sin más oídos de la cuenta: hablar con tu churri por teléfono mientras en la habitación hay más gente (como podrían ser compañeros de pisos pesados, no toda la culpa se la vamos a echar a la familia), lejos de ser una conversación a varias bandas, es una cabronada, sencillamente hay temas que no se pueden tratar con más de dos personas en la conversación.

Como se da el caso que hay gente que no puede huir lo suficientemente lejos de la familia (la gran y principal enemiga de eso llamado intimidad) para tener esa ansiada o directamente desconocida intimidad, voy a aportar unas cuantas opciones con las que conseguirla en estos ambientes de alta propensión a la falta de intimidad.

Aparte de salir huyendo lo más lejos posible, aprovechando que las plazas de Erasmus a Groenlandia están siempre sin cubrir, uno puede optar por no ducharse muy a menudo (entendamos por muy a menudo, lo de clásicamente ducharse cada dos semanas más o menos, que viene siendo lo habitual) y dedicarse a comer mayormente fabada con chorizo abundante (un método bastante infalible para que la gente te deje “tu espacio” tranquilo).

Eso se puede combinar también con lo de comprar un animal depredador y no darle de comer todos los días, así que el animalito esté siempre a la que salta con la gente de alrededor tuyo (hay que combinarlo con lo de la fabada y las duchas, al cabo de un mes el animal no te pondría en su dieta ni harto de vino, que tendrá hambre pero no es gilipollas), por ejemplo serían buenos los tigres, leones (que todos quieren ser los campeones), lobos y osos gigantes, descartaremos los tiburones y los tiranosaurios por motivos obvios. No, los cangrejos bermejos tampoco valen, es conocida su fiereza, pero tienen un olfato malísimo y podrían acabar atacando al dueño; y cuando un cangrejo bermejo te come las piernas, en los hospitales lo de la intimidad tampoco se estila mucho.

Otras formas de conseguir esa intimidad, sería contagiarse de ébola, aunque no suele durar mucho (el contagiado, la intimidad sí, una vez metido en la caja de madera, tienes intimidad a cascoporro), o de ladillas (aunque eso también puede reducir mucho tus necesidades de intimidad, lo que puede considerarse matar dos pájaros de un tiro, o una putada), piojos, pulgas, chinches… grandes aliados del buscador de intimidad.

Motivos más radicales son comprarse una careta de hockey y emprenderla a machetazos con todo quisque, pero no seremos muy brutos, que luego todo se sabe… Además, luego hace falta mucha intimidad para deshacerse de los cuerpos, que no es moco de pavo.

En conclusión, y sobre todo si no tienes lo que hay que tener para cometer una barbaridad, tener cerca a la familia y los amigos es cojonudo, pero en las dosis adecuadas. Por motivos así es por lo que se puede decir que “ten compañía con moderación, es tu responsabilidad”.

Echando mano de los cangrejos

Antes de todo vamos a ponernos sinceros: tengo ganas de escribir pero ni la más remota idea de sobre qué ni cuánto ni cómo, o sea, tengo ganas de escribir pero se ve que la inspiración la tengo todavía de vacaciones (es lo malo de la Semana Santa, que se larga hasta el Tato).

Recuerdo que tengo una serie de temas clásicos apuntaditos en un montón de tarjetas, los típicos de los que se echa mano cuando se asalta a alguien en la barra de un garito con la sana intención de pasar una noche de lujuria y pasión, a saber: el último ligue de la rubia esa que estaba en el candelabro, la última película ganadora de los premios de la academia de cine de Kazajstán, el sexo de los ángeles, ó, con diferencia, el que triunfa, uno de mis temas preferidos: la adaptación al ecosistema y la vida de los cangrejos bermejos en la cuenca norte del Ebro.

Es un temazo infalible. Es que te plantas ahí, moviéndote como si en lugar de esqueleto tuvieras un pegote de blandiblú pasado de fecha, te acercas a la chica (o al maromo) y le sueltas algo como…

“Hola, he visto desde allí como me mirabas desde aquí y he pensado que vaya tet… que se te ve cara de intelectual y sin embargo te veo como pez en el agua. No podía dejar pasar esta oportunidad de mirarte de cerca el esc… esos ojazos que tienes, y curiosamente me ha venido a la mente que lo mismo te interesan los cangrejos bermejos…” (Las lectoras harán bien en cambiar “tet…” por “paqu…” y “esc…” por “cul…”, a menos que les vaya el rollo bollo, en cuyo caso pueden dejarlo como está todo.)

Y ahí ya ha caído, nadie puede resistirse al temita de los cangrejos bermejos, es que son infalibles, allá donde lo sueltes triunfas. Se conoce que aquella vez, Julio César estaba dando el discurso en que mandaba a freir espárragos a todo el senado romano, estaban allí todos con una cara de “aquí se masca entierro” y dijo Julio “sabéis que en el norte del Ebro hay unos cangrejos bermejos que…”, y lo sacaron en hombros. Una fiera el tío, y un crack el tema de los cangrejos.

Por eso es que había pensado yo en hablar de los cangrejos bermejos. ¿Qué mejor tema cuando no tienes tema, que sacar a los cangrejitos de marras y dedicarte a contar sus maravillas? Es que no lo hay, sencillamente no lo hay.
Tengo un amigo (y lo curioso es que si hablas algo malo de un amigo, siempre piensa todo el mundo que dices que es un amigo para evitar tú la vergüenza, pero si dices por ejemplo, que tienes un amigo que se harta a ligar y que moja el churro día sí, día también, nadie piensa que seas tú…), que estaba haciendo un examen de electrónica digital en la universidad, y como no tenía ni idea, se le ocurrió escribir un resumen sobre las cualidades reproductivas de los cangrejos bermejos (qué pasa, esto es TPF, aquí tenía que salir el sexo por algún lado), y el tío terminó sacando una notaza en el examen, sin tener ni idea del examen. Lo que yo os diga, si es que estos bichitos son canelita fina.

Y bueno, me estaba yendo por las ramas un montón, lo mejor es que me ponga ya en faena o me va a quedar un post auténticamente cutre. Aunque el caso es que si ahora es cuando hablo, y con todo lo que se puede contar sobre los cangrejos bermejos, se puede alargar una morterada esto, casi mejor lo dejo para otro día y esto se queda como introducción.

PD: Sí, se me va la pinza… ¿Y qué?

The Project… raro raro raro. Volumen VI.

Para ir abriendo boca vosotros, ir haciéndome a la idea de que sigo teniendo blog e ir cogiendo otra vez el hábito de no escribir nada con demasiado sentido, además de demostrar una vez más que a pesar de que vuelvo con toda la buena intención del mundo de trabajar más tengo las misma fuerza de voluntad de siempre, o sea: nula.

Por eso, amiguitos y amiguitas, hoy resucito un tipo de post que llevaba difunto desde octubre del 2005, en los que le pego un repaso a las búsquedas más ridículas, absurdas o directamente imbéciles con las que se puede llegar aquí. Tenéis razón, esto es un post de pacotilla, una tomadura de pelo al respetable al que le “regalo” alguna de la peor bazofia que se puede escribir. Pero. ¿A que no le pilla a nadie de sorpresa? ¿Eh?

Y ya que llevaba tanto tiempo, nos remontaremos muy atrás, señores y señoras… con ustedes las búsquedas más chorras del 2006.

“como perdí mi virginidad” (casi no recuerdo cómo la perdí yo, voy a saber cómo la perdiste tú), “judas iscariote rollo” (esto debe ser la prueba de que hay a quienes les molan los cabrones), “fases del estudio” (primero fotocopias los apuntes de otro el último día, segundo descubres que se te olvidó fotocopiar los ejercicios, tercero maldices en arameo, cuarto duermes mal, quinto vas al examen, sexto te ponen el culo como un bebedero de patos, y séptimo de juras que jamás volverá a ocurrir… octavo, repetir el proceso desde el principio), “anuncios irritantes” (pregúntales a esos de sufrir en silencio las hemorroides), “que son los niutons” (una cosa que se inventó un fiósiquio ingliés para amargarle la vida a los estiudiantios), “secretos para no emborracharse” (los abstemios guardan uno celosamente desde tiempos ancestrales), “sin tetas no hay paraíso” (no sé que opinará el Vaticano, pero yo apoyo la moción), “comprender al prójimo” (con mucha mano izquierda… para eso no, cochinos), “poemitas románticos” (has llegado al lugar indicado), “hipnosis técnica del apretón de manos” (toma apretón de manos, ahora estás hipnotizada y despertarás después del tercer polvo), “apendicitis encubierta” (nadie más que el apéndice y el hipotálamo conocen de la misión, infiltrándose para descubrir una banda organizada de bacterias intestinales que se dedican al tráfico de glucosa), “hombres y sexo lo unico que piensan” (los hombres no pensamos sólo en sexo, no somos tan simples, también en mujeres con las que tenerlo), “excusas para no ir a una boda” (puf, miles, aunque lo complicado no es no ir a la boda, sino no tener que comprar el regalo), “rosco siffredi” (no sé yo, no sé yo, corres el peligro de que con algo así te hagan un chiste sobre comerte un rosco, y precisamente con este hombre ibas a coger empacho), “mi novio tiene panza” (pues espera a que sea tu marido, que es cuando digievolucionará a tripón), “como afeitarse” (con mucho cuidado, con muuucho cuidado, el día que yo aprenda escribiré una guía de autoayuda al respecto), “¿bustamante volverá a Mazarrón?” (yo no lo vería nada claro…), “dirección personal de ninfómanas” (ah, la búsqueda del Santo Grial de los hombres desde tiempos inmemoriales, si lo encuentras, comparte), “hechizos reales para aprobar exámenes” (sin comentarios), “escotes descuidados” (a ver, que no esta mal ser un salidillo, pero ir buscando lo descuidado ya es ser triste, al menos podías buscar escotes bonitos).

Y con esto, estimados lectores, voy chapando por hoy, que ya es mucho sufrimiento para mí y para vosotros (que habrá alguien suficientemente masoca como para haberlo leído todo).