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I’m back…

Desde hace días vuelvo a tener internet, que curiosamente va bien (que no me lo esperaba), y después de las cinco semanas y media sin conexión en casa (no sé si algún día explicaré los motivos por los que perdí la conexión, más que nada porque tendría que reconocer el parentesco con el eslabón perdido y la relación familiar con tamaño prodigio de la evolución no es precisamente un orgullo) han cambiado bastante hasta mis hábitos de escritura.

En todo este tiempo he llegado incluso a olvidarme de que tenía un blog (palabrita del niño jesús), y ahora ando habituandome otra vez a esta cosa que es el internet tan llena de información y opiniones (y porno, porno a chorrillo). Así que en poco tiempo (teniendo en cuenta en ese «poco» que según la teoría de la Relatividad, el tiempo es relativo…), espero volver a tener por aquí alguna chorrada al más puro estilo TPF, o sea, ridícula, absurda y potencialmente escatológica.

Hala, echad por la sombra.

El mundo sin internet

No hay nada como pasar una temporadita (inconclusa) sin internet como para plantearse cómo era la vida en la prehistoria. Internet está claro que es la herramienta más poderosa de la actualidad, el conjunto más imponente de información jamás conocido (ríase usted de la biblioteca de Alejandría), el método de comunicación más absoluto e igualitario de la historia y sobre todo, y por encima de cualquier cosa, el sistema más estupendo ideado alguna vez de transmisión de porno.

Internet causa adicción y todo (sí, sí, como el porno), y visto y comprobado que unas cuantas conversaciones de Messenger, media docena de páginas de cualquier temilla medio interesante (no necesariamente porno, pero ayuda), y un par de programas de esos de tocarle las narices a la SGAE y algunos artistillas (o sea, de esos de bajar música y películas), y uno cae irremediablemente en una espiral de enganche que puede no tener fin.

Bueno, puede no tener fin, o puede que un día la línea de teléfono diga (más o menos literalmente) “a tomá po’culo”, y te quedas sin Messenger, sin páginas, sin música y sin porno. Todos a una, como en Fuenteovejuna. Algunos lo llamarían putada, otros lo llamarían desintoxicación.

Digamos que va por fases.

La primera fase es la de shock. Es cuando acaba de salir el aviso ese de “desconectado” y de momento te quedas sin saber muy bien de qué va la película, sin salir de un estado de estupor parecido al que se te queda cuando te dicen que los reyes magos no existen (siento ser yo quien os de la noticia, pero es para que os hagáis a la idea).

Luego viene la negación. Lo típico: esto no me puede estar pasando a mí, justo ahora que estaba terminando de bajar la película guarr… perdón, justo ahora que tenía tres conversaciones interesantísimas por el Messenger. Esta fase es la segunda en duración, dependiendo del grado de sorpresa y de lo importante de lo que se estuviera haciendo, puede durar desde unos minutos, hasta mucho después de acabar dándote cornazos en la habitación acolchada del manicomio.

Desesperación es como se denomina al tercer estadio de evolución no-internetera. La frase “subirse por las paredes” es una minucia comparado con lo que te vas a encontrar aquí, lo más adecuado sería denominarlo fase “groooooaaaaaaargh”, porque es el alarido inhumano que se profiere cada vez que intentas arrancar el navegador o consultar el correo y el ordenador te dice que como no te lo inventes… Por pura agonía existencial comienzas a recordar las cosas que ocurrían antes de tener internet: antes leías, veías películas, la tele,… coño, si resulta que hay una tele en la casa.

La aceptación es lo último, y es que no quedan más cojones cuando ya llevas tres días sin internet. Si has sobrevivido hasta llegar aquí, estás salvado. Asimilas que internet ya no volverá (noooooo, noooooo, ya no volverá [leer con la tonadilla del barco de Chanquete para obtener toda la fuerza]). Tal y como hacen con los parches de nicotina y esas cosas, uno se envuelve en aquellas materias que le hacen sosegar el mono: literatura, música, programas del corazón… No se debería nunca desestimar el potencial de programas tipo Dónde estás tomate a la hora de desengancharse, un vicio sustituye rápidamente al otro. Lo idóneo sería sustituirlo con sexo, pero ¿Si hubiera podido haber sexo a santo de qué estamos pasando mono de porn… digo, de internet? O lo que es lo mismo, que Dónde estás tomate.

Por último, si pasas adecuadamente por el periodo de aceptación y sobrevives sin tener sueños eróticos con el maripresentador del tomate (lo cual es infinitamente peor que estar enganchado a internet), estás plenamente preparado para la reinserción en la sociedad. O no, porque todo el mundo está conectado y al final resulta que el único tonto que anda sin conexión eres tú, que te has convertido en dos miserables semanas en el equivalente real del hombre desactualizado del anuncio. Eres algo así como un cromagnon (con algo menos de pelo) en la era del silicio…

Como conclusión, así, a modo de cosa rapidita para que todos nos entendamos: lo de desintoxicarse es una mierda, yo quiero internet, vicio y perversión, en abundancia.

Viajar en el tiempo

Supongo que a todo el mundo le hace tilín la idea de viajar en el tiempo, hay mil películas sobre el tema, un millón de libros y vaya usted a saber cuantos cómics van del tema; hasta canciones habrá sobre de ello, fijo.

Lo socorrido suele ser ir al futuro, ya se sabe, lo típico, resbalarse en el baño y darse un cabezazo de manera que a uno se le ocurra la idea de un conversor de fluzo con el que poder mandar un Delorean unos cuantos años más allá a solucionarle la existencia a la familia de cretinos del prota… Bueno, que me voy por peteneras.

Lo cierto es que aparte de maravillarse por las cosas que pasen próximamente, quedarse idiotizado viendo las cosas que han inventado los japoneses del futuro y con suerte saber dónde le van a salir las canas a cada cual, lo de viajar al futuro tiene poca chicha. A los pobladores del futuro de poco les iba a servir la visita de alguien del pasado, y que les cuente cosas que ya sabían; como mucho, el visitante del pasado podría recordarles a qué sabía la carne cuando la carne sabía a carne, cuando los tomates transgénicos no eran depredadores de manada y cuando a las gallinas no se las abonaba para que pusieran más huevos.

Si a alguien le suena raro eso de los tomates y las gallinas, es que pocos viajes en el tiempo habrá hecho. Id pillando una buena oferta, porque la cosa está barata ahora mismo, a mí sin ir más lejos el otro día me dijeron que, aunque no especificaba cuanto tiempo era en realidad, me iban a dar una hostia que me iba a dejar “más pa’llá que pa’cá”.

Sin embargo lo que más utilidad tendría sería viajar al pasado. Y claro, ahora a todo el mundo se le ocurren utilidades de eso, uno puede ir al pasado y corregir todos los errores que había cometido a lo largo de su vida. Yo sin ir más lejos, podría coger las preguntas del examen del miércoles pasado, viajar al sábado por la tarde anterior, dármelas en mano y asegurarme una notaza. Y ni me sorprendería de ello, palabrita del niño Jesús, que uno está ya acostumbrado a ver cosas que vosotros no creeríais… los rayos D brillar ante las puertas de Tannhauser, atacar naves en llamas más allá de Orion, etc, etc. El otro día sin ir más lejos, un caballo blanco me dijo que se llamaba Artax y que tenía que ajustar cuentas con un dragón con cara de perro, que si lo veía lo avisara que le iba a partir la cara por trepa.

Los usos de viajar en el tiempo (al pasado) son innegables, y múltiples, lo del examen es pura anécdota (aunque si pudiera hacerlo, otro gallo me cantaría y no llevaría mil años ya con la carrera). ¿Quién no querría llevarse los resultados del euromillón de cualquier semana y dárselos a sí mismo la semana anterior? Pero tranquilos que ya me los doy yo, no seáis copiotas, que hay semanas para todos. También podríamos ir sabiendo dónde nos vamos a pegar un patinazo, y así evitarlo.

La de accidentes que se podrían evitar. A miles. Todas esas situaciones en que uno diría “ay si lo hubiera sabido”.

Ay, si hubiera sabido que la gasolina iba a subir lleno el depósito ayer… Ay, si hubiera sabido que las acciones de Saeder-Krupp iban a bajar, vendo antes… Ay, si llego a saber que estos temas entraban a examen. Ay, si llego a saber que era tan difícil el test me traigo la vaselina… Ay, si alguien me hubiera avisado que estaba recién pintado el banco no me siento… Ay, si hubiera sabido que hoy pillaba cacho hubiera comprado condones… Ay, si alguien me hubiera contado lo de las ladillas… Ay, si me hubiera dicho alguien antes de saltar que esa mochila era la de la merienda y no el paracaídas…

Anecdotarium Vitae XIII: El temario insondable II

Seguí avanzando cautelosamente por los pasillos de aquel lugar, cruzándome con otras almas estudiosas de lo desconocido iguales que yo. Muchos estaban allí por las mismas razones que yo, aunque sus intereses fueran diferentes e igualmente ignorados por mí. No hablé con nadie, pues mi mente estaba absorta en rememorar una y otra vez todos los conocimientos que había adquirido hasta aquel día.

Encontré la estancia donde había de ser evaluado por uno de aquellos que debía decidir si había alcanzado el adecuado nivel de oscuros conocimientos. Parecía haber llegado tarde, y todos los que como yo, debían pasar la prueba, estaban ya sentados y en silencio. Yo me senté frente a la puerta, costumbre que había adquirido hacía tiempo, en previsión de que los hechos que acontecieran a continuación fueran tan espantosos que debiera huir, cosa que había ocurrido ya en alguna ocasión.

Aquel hombre, una especie de estudioso entre los estudiosos, el gurú de los conocimientos que están prohibidos excepto a aquellos que son considerados aptos, esa especie de ente superior erigido sobre sus iguales por ellos mismos en reconocimiento de la ingente cantidad de sus viles sapiencias (o a dedo, como se suelen elegir estas cosas a veces), me puso sobre mi mesa una hoja de papel llena de símbolos arcanos.

Aquella hoja, llena de incomprensibles galimatías más propios de un demente que de personalidades cuerdas, me hizo temer que en algún momento hubiera ofendido a los mil hijos de Hypnos y que todo fuera una pesadilla enviada por ellos, los Oniros. O tal vez algún resquicio de la putrescencia que introdujeron en mi mente las gentes y los sitios que vi en su día a través del Trapezoedro Brillante y no pude purgar de mi cerebro. Mi cuerpo se sacudió de pavor como si una manada de Cthonians hubieran irrumpido bajo mis pies, al darme cuenta de que incluso en mis peores sueños, donde los Ángeles Descarnados de la Noche campan a sus anchas y los inmundos Shoggoths me atormentan con su fétida presencia, había sentido nunca tal cantidad de horror.

¿Cómo podría alguien nunca haber podido albergar en su interior tamaños conocimientos? Solamente las preguntas, horrendas expresiones de ideas y sabidurías largamente olvidadas, oscuras representaciones de horrores putrescentes y aberrantes que descomponen las mentes que se exponen a ellos y las convierten en plasma burbujeante y hediondo. En todo lo que había estudiado de mis espantosos libros, no había ni una sola referencia a tales monstruosidades.

No pude evitarlo, me giré y le pregunté al hombre que había sentado a mi espalda.

– Macho… ¿Esta asignatura cual es?
– Elasticidad y resistencia de materiales.
– Me cagon en Cthulhu, me cago en Nyarlathotep y me cago en la mitad de los Dioses Arquetípicos

Miré a un lado y otro, atenazado por el pánico de la confusión, todo lo que me rodeaba se convertía ahora en una cruel y deforme sátira de mis objetivos. La cabeza me daba vueltas. No recuerdo exactamente cómo conseguí salir de allí, sólo que horas más tarde conseguía llegar a casa por mi propio pie, con el cuerpo intacto, pero con la mente caminando al borde del más profundo abismo de la locura. Apenas recuerdo nada de aquello, poco más unas cuantas palabras que todavía resuenan en mi mente.

– Pero ¿Cómo? ¿Ya se va usted? ¿Le parece el examen demasiado difícil?
– Es que ni siquiera estoy matriculado aquí, yo soy de otra carrera…

Frase del día: «Ïa ïa Shub-Niggurath»

PD: El autor pide disculpas a todos los que no son fans de Lovecraft, porque lo más probable es que no les haya hecho la menor gracia todo esto. Ya escribiré algo que sea más comprensible por el universo no friki.

PD2: Por motivos ajenos a mi persona, estoy temporalmente y por una duración indefinida sin internet en casa. Esto significa, evidentemente, que no puedo ni atender los comentarios, ni el correo y menos aun el msn (lo de leer otros blogs ya es otra galaxia en esta situación), a menos que lo haga desde la universidad, así que paciencia. Por supuesto significa también que se acabó lo de dejar posts nuevos en fin de semana, con la molestia que eso hace…

Anecdotarium Vitae XIII: El temario insondable I

Permitirán ustedes que no me presente, pero los hechos que aquí les relato son demasiado horribles para ello. Si yo les diera mi nombre y apellidos, esta historia estaría teñida de un halo de realismo que ustedes no desean en realidad, porque la duda es a veces una aliado maravilloso de la mente que puede hacer que den por hecho que todo es falso, y que lo descarten como un cuento de horror más, evitándose la posibilidad de enloquecer por las cosas que voy a relatarles.

Yo sin embargo sé que es cierto.

Por aquel entonces yo había estado instruyéndome en materias de estudio ciertamente desconocidas para la inmensa masa que puebla este mundo: figuras en el espacio euclídeo (a pesar de que mi interés por las aberrantes formas no euclidianas eran ampliamente conocidas por mis cercanos), la transmisión de energías entre entes de diferente origen, etc. Mi cordura siempre se resintió de aquellos arcanos conocimientos, aunque nunca pude resistir el interés que en mí provocaban, convirtiéndose aquello en un maligno círculo vicioso como un perro de Tíndalos 1 que se muerde la cola.

Mis conocimientos sobre esos oscuros temas, aunque escuetos, me habían llevado a emprender algunas aventuras de las que más tarde podría haberme arrepentido. No obstante, mi curiosidad era mayor que mi temor (o tal vez que mi estupidez) y qué demonios, siempre quise saber qué era lo que quería saber el gato.

Así, montones de libros y papeles que parecían garabateados por un demente, se acumulaban sobre mi mesa: el Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred, El Unaussprechlichen Kulten de Von Juntz, la Electrónica de Potencia del Villa…

Después de mucho tiempo reuniendo información, no fue sino el momento de ir a la universidad, donde tan gratos momentos había pasado antaño y demostrar hasta donde mi dominio de tan ignotos temas había llegado. El edificio, una enorme masa de piedra del S. XVIII que había albergado en tiempos de mis antepasados un hospital militar, se erguía imponente bajo el las oscuras nubes, creando una cierta sensación de desasosiego y vértigo que habrían convertido en una masa de carne desquiciada y babeante a aquellos menos preparados. Había sido abandonado hacía décadas, aunque posteriormente lo habían usado para albergar precisamente instancias de la universidad, igual de desquiciante que aquel cuervo de Poe.

Franqueé las puertas de aquella magnífica construcción y sentí una oleada de aire malsano. Como si las almas de los allí difuntos hubieran decidido regresar de las más profundas simas del Hades para expulsarme, sentí una sensación de repulsión tal que apenas pude contener las ganas de huir. La impresión de una amenaza desconocida, ignota, se volcó sobre mí, provocándome una marea de ideas enloquecidas y cuyo único fin parecía ser salir de allí a cualquier precio. Pero no. ¡No! Mis pasos me habían llevado allí después de muchos sacrificios en pos de conocimientos más viejos que mi mismo linaje, y no estaba dispuesto a sucumbir al terror que cada vez con más insistencia atenazaba mi corazón.

Continuará…

Frase del día: «Que no está muerto lo que yace eternamente, e incluso con el paso de los evos aun la muerte puede morir.»

PD: Esta entrada de los Anecdotarium Vitae, además de venir muy bien por la época está evidentemente inspirada en los relatos de H. P. Lovecraft, a quien se lo dedicaría si no fuera porque me la dedico a mí mismo y a todos los que estamos todavía puteados con los exámenes.