No hay nada como pasar una temporadita (inconclusa) sin internet como para plantearse cómo era la vida en la prehistoria. Internet está claro que es la herramienta más poderosa de la actualidad, el conjunto más imponente de información jamás conocido (ríase usted de la biblioteca de Alejandría), el método de comunicación más absoluto e igualitario de la historia y sobre todo, y por encima de cualquier cosa, el sistema más estupendo ideado alguna vez de transmisión de porno.
Internet causa adicción y todo (sí, sí, como el porno), y visto y comprobado que unas cuantas conversaciones de Messenger, media docena de páginas de cualquier temilla medio interesante (no necesariamente porno, pero ayuda), y un par de programas de esos de tocarle las narices a la SGAE y algunos artistillas (o sea, de esos de bajar música y películas), y uno cae irremediablemente en una espiral de enganche que puede no tener fin.
Bueno, puede no tener fin, o puede que un día la línea de teléfono diga (más o menos literalmente) “a tomá po’culo”, y te quedas sin Messenger, sin páginas, sin música y sin porno. Todos a una, como en Fuenteovejuna. Algunos lo llamarían putada, otros lo llamarían desintoxicación.
Digamos que va por fases.
La primera fase es la de shock. Es cuando acaba de salir el aviso ese de “desconectado” y de momento te quedas sin saber muy bien de qué va la película, sin salir de un estado de estupor parecido al que se te queda cuando te dicen que los reyes magos no existen (siento ser yo quien os de la noticia, pero es para que os hagáis a la idea).
Luego viene la negación. Lo típico: esto no me puede estar pasando a mí, justo ahora que estaba terminando de bajar la película guarr… perdón, justo ahora que tenía tres conversaciones interesantísimas por el Messenger. Esta fase es la segunda en duración, dependiendo del grado de sorpresa y de lo importante de lo que se estuviera haciendo, puede durar desde unos minutos, hasta mucho después de acabar dándote cornazos en la habitación acolchada del manicomio.
Desesperación es como se denomina al tercer estadio de evolución no-internetera. La frase “subirse por las paredes” es una minucia comparado con lo que te vas a encontrar aquí, lo más adecuado sería denominarlo fase “groooooaaaaaaargh”, porque es el alarido inhumano que se profiere cada vez que intentas arrancar el navegador o consultar el correo y el ordenador te dice que como no te lo inventes… Por pura agonía existencial comienzas a recordar las cosas que ocurrían antes de tener internet: antes leías, veías películas, la tele,… coño, si resulta que hay una tele en la casa.
La aceptación es lo último, y es que no quedan más cojones cuando ya llevas tres días sin internet. Si has sobrevivido hasta llegar aquí, estás salvado. Asimilas que internet ya no volverá (noooooo, noooooo, ya no volverá [leer con la tonadilla del barco de Chanquete para obtener toda la fuerza]). Tal y como hacen con los parches de nicotina y esas cosas, uno se envuelve en aquellas materias que le hacen sosegar el mono: literatura, música, programas del corazón… No se debería nunca desestimar el potencial de programas tipo Dónde estás tomate a la hora de desengancharse, un vicio sustituye rápidamente al otro. Lo idóneo sería sustituirlo con sexo, pero ¿Si hubiera podido haber sexo a santo de qué estamos pasando mono de porn… digo, de internet? O lo que es lo mismo, que Dónde estás tomate.
Por último, si pasas adecuadamente por el periodo de aceptación y sobrevives sin tener sueños eróticos con el maripresentador del tomate (lo cual es infinitamente peor que estar enganchado a internet), estás plenamente preparado para la reinserción en la sociedad. O no, porque todo el mundo está conectado y al final resulta que el único tonto que anda sin conexión eres tú, que te has convertido en dos miserables semanas en el equivalente real del hombre desactualizado del anuncio. Eres algo así como un cromagnon (con algo menos de pelo) en la era del silicio…
Como conclusión, así, a modo de cosa rapidita para que todos nos entendamos: lo de desintoxicarse es una mierda, yo quiero internet, vicio y perversión, en abundancia.