Un microrelato

A falta de nada interesante que comentar y de ahora mismo una falta total de inspiración maliciosa, porque a pesar de mi gusto por el humor negro creo que voy a pasar de hacer ningún comentario sobre los atentados en Londres, dejo por aquí un relato cortísimo que escribí hace un par de años y que aunque ya lo colgué en varios sitios no se había dejado caer por ninguna de mis páginas.

El operador de radar mira silenciosamente la pantalla vacía. El vector de barrido pasa una y otra vez dejando la pantalla tan negra una vez como la anterior. En esta franja del espacio limítrofe con el territorio Vau nunca ocurre nada; los piratas y contrabandistas no se atreven a pasar por miedo a las naves del Mandarinato y los mismos Vau son poco dados a comunicarse. En la academia decían que esto era un destino fácil, algo que todos desearían; tranquilo, sin sobresaltos… mortalmente aburrido.

Para colmo de males el Caballero Serlan Bursandras exige a sus tropas al mando una dedicación igual que si estuvieran en el frente. Es más fácil pasar los turnos de 16 horas mirando la pantalla del radar cuando las naves se mueven en él, pero es prácticamente imposible permanecer atento cuando durante días no hay vestigio de vida en 6UA. Casi desearía que ocurriera algo.

El barrido del radar da una nueva vuelta sobre la pantalla. Todo negro.

Seguro que si el maldito Serlan Bursandras tuviera que estar en ese puesto no lo soportaría. Los mandos intermedios dicen que lo destinaron allí por culpa de un error: perdió una compañía y a uno de sus hermanos mientras trataba de combatir contra un batallón bárbaro. Tuvo un error de cálculo, su ego enormemente descompensado le hizo pensar que podría acabar con ellos al acorralarlos en un desfiladero y no vio como lo atraían a una trampa mortal. Los bárbaros utilizaron artillería ligera para destruir sus fuerzas y lo capturaron. Cuando la familia lo recuperó después de pagar un gran rescate lo enviaron a una base espacial en medio de la nada para quitarlo de en medio. Y allí estaba, haciendo la vida imposible a todos ellos, convirtiendo un destino sencillo y tranquilo en una basura de guardias sin fin.

Una vez más, la pantalla queda negra tras el paso del fasor del radar.

Debió haber pedido como destino las patrullas en el espacio de Sutek, al menos había algo de acción.

Un punto verde apareció en la pantalla, algo grande, muy grande. Sus ojos se abrieron como platos, la distancia a la que se había detectado la masa no podía estar ahí tan rápido. Conectó los trianguladores. Ordenó a la máquina pensante que identificara la nave. Un segundo barrido la mostró mucho más cerca. «No puede ser», pensó, es demasiado rápido para una nave de los Mundos. Tercer barrido y la masa no está.

No puede ser. Tiene que haber sido un error de la máquina pensante.

Al cuarto barrido la masa vuelve a estar ahí. El sistema devuelve un mensaje confuso «Ningún navío detectado en el espacio escaneado». Más errores, parece que hoy no va a funcionar nada bien. Quinto barrido. Saltan todas las alarmas de proximidad de la estación, la máquina pensante resuelve la trayectoria: semielíptica en deceleración con punto de contacto con la estación en cinco minutos.

Imposible.

Simplemente no es posible. Ninguna roca puede variar su trayectoria y maniobrar de esa manera. A toda velocidad trata de reconfigurar los trianguladores de la estación, el radar y poner en posición los sensores de neutrinos. De alguna manera debe ser una nave con tecnología desconocida. Si la máquina pensante hubiera obtenido una lectura afirmativa sobre una nave, estaría enviando un mensaje de emergencia en todos los lenguajes conocidos a ésta, pero no parece serlo.

Otro barrido. El radar queda completamente limpio, sin rastro del objeto, y el operador de radar maldice para sus adentros, mientras activa las cámaras exteriores y las orienta hacia las posiciones calculadas de la trayectoria.

La compuerta de la estancia de mando se abre en ese mismo instante. La imponente figura de Serlan Bursandras entra con paso firme y rápido, su cara muestra un evidente enfado por la situación.

Las cámaras se activan y comienza a atisbarse una masa gris en la lejanía. Un nuevo barrido del radar muestra el enorme cuerpo a una distancia peligrosamente cercana. El segundo barrido la detecta ya a unos pocos kilómetros.

Las caras pasan en unos segundos del desconcierto a la incredulidad, de la incredulidad al asombro, del asombro a la certeza, de la certeza al terror.

Una enorme masa de carne cubierta de piel iridiscente y de colores cambiantes es ya perfectamente visible a través de las cámaras, docenas de tentáculos amorfos cubren el cuerpo, serpenteando lentamente y extendiéndose como los brazos de un cepo mientras la criatura recorre los últimos cientos de metros hacia la estación, mostrando cientos de colmillos y bocas de bordes serrados y móviles. El diámetro de eso debe ser tan grande como un acorazado imperial.

Pero no es posible, no hay criaturas de ese tamaño en el universo, el vació del espacio no permite que exista vida en su frío seno, las leyendas solo son leyendas… y sin embargo, está ahí.

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