En ocasiones se pregunta uno cómo es que siendo el orgullo uno de los siete pecados capitales tan poca importancia se le da normalmente, y sin embargo es el que más a menudo se topa uno a diario, quitando tal vez la pereza. Aunque aclarando el punto que el que suscribe se presenta voluntario para las intentonas femeninas de pecar por la lujuria, todo sea por ganarse el reino de los cielos sacrificándose por el prójimo. Si es que soy un santo.
Sigo por donde iba. El orgullo es eso que hace que entre otras cosas la gente no sea capaz de reconocer sus errores, y no solo no los enmienda, sino que los sigue cometiendo una y otra vez sin llegar a importar el resultado. Y lo peor no suele ser que el orgulloso pierda la oportunidad de mejorar, no ya como persona, no nos vamos a poner tan trascendentales, sino en la realización de su trabajo o sus aspiraciones; además son capaces de hundir a aquellos a los que sus decisiones (erróneas, por supuesto) afectan.
Iba a decir eso de “tengo un conocido”, pero está visto que siempre que se dice eso la persona que recibe el mensaje suele pensar “ya está escurriendo el bulto éste”, pensando que se habla en tercera persona para evitar la vergüenza de la primera. Así que usaré la primera persona, porque total nadie se iba a creer lo del «un conocido».
El caso es que ocurrió un examen, del que tampoco diremos qué asignatura era por si se exaltan los ánimos (ya escucho la multitud en la calle preparando la revuelta con horcas y antorchas), y yo/mi conocido teníamos la certeza de que buena parte del examen estaba perfectamente resuelto. El tendido enfervorecido hubiera pedido más de haber visto ese examen. Una de esas raras y extrañas ocasiones en que das con una manera ligeramente original de resolver los problemas de manera que el resultado se autoconfirma, obteniendo de forma directa por el mismo resultado la forma de comprobar que está bien. Vamos, la forma que cualquier estudiante quisiera hacer siempre los exámenes. Ole maestro, así se lidia. Se prometía feliz el resultado.
Acojonante el uno (1, por si las dudas) que aparece en la lista de notas. Se alteran los nervios, las glándulas sudoríparas se ponen a trabajar a toda mecha y las palabras “ejecución sumarísima” parecen dos neones que salen al lado del nombre del profesor en cuestión. Resuelto a desfacer el entuerto, me/se encamino/a a charlar animadamente con el profesor en la revisión, con la firme intención de no estrangularlo antes de tiempo ni tener que inmolarse cual taliban educativo, o ya puestos, apuntillarlo antes de darle dos vueltas al ruedo. Comienza la revisión y se masca la tensión en el ambiente, la demostración de dominio del temario del examen es (modestias apartes) sublime; el profesor se ve bastante impresionado por la resolución de los ejercicios, que tienen una explicación perfectamente lógica pero que no los había corregido siquiera porque no entendía el planteamiento inicial que no se le había ocurrido al profesor y que son prácticamente perfectos (al final se demuestra que ni lo había intentado, habiendo tachado incluso enunciados teóricos literales al libro de referencia de la asignatura), vamos, una revisión de examen de esas que si hay más alumnos en el despacho te vitorean y te sacan a hombros por la puerta grande mientras las mujeres del palco te lanzan los pañuelos. Ole. Tremendo oiga. El resultado final: el 70% del examen corresponde con apenas el 30% de la nota eso contando con que en ese 70% se incluye el ejercicio “gordo”, el mihura del día. Y lo que era un 1 se convierte en un 4’5 (sí, no era el 70% lo que estaba bien hecho, sino más), y el profesor, con cara de simpaticote suelta un “en septiembre nos vemos”. La cosa se ha puesto de momento en plan de esas de cortarle las orejas y el rabo aunque solo sirva de desahogo. Al toro, al toro, que nadie piensa mal.
Y claro, estamos hablando simplemente de un problema estudiantil, cuyo resultado fueron 3 meses más de estudiar y perder de aprobar otra en la convocatoria de septiembre. ¿Qué ocurre cuando algo así lo hace el director de una empresa? ¿50 o 60 curritos a la calle? ¿Y si lo hace alguien estilo presidente del gobierno? ¿Nos vamos a la guerra? Hay tantos ejemplos que poder dar que casi me da vergüenza haber contado algo tan ridículo como una corrida de toros… perdón, una revisión de examen.
Siempre he creído que la mayor parte de los problemas del mundo se podrían solucionar con un poco de humildad por parte de los que precisamente no tienen de eso, pero claro, Dios le da pan a quien no tiene hambre, y da humildad a quienes no tienen forma de pecar de orgullo.
P.D.: El resultado en la siguiente convocatoria fue de 8’5, y el examen empezaba “explicando y siguiendo los planteamientos desarrollados en el examen de la anterior convocatoria…”.
Puede que de todos los pecados capitales el del orgullo sea el que menos cometa. Tengo una amiga hiper orgullosa a la que saco de quicio, pero ¿qué quieres? a mi no me lleva el cuerpo joderme sin hacer algo que me apetece sólo para fastidiar a otro… Ya le digo yo, que mientras no pierde la dignidad todo va bien.
¿Un 8,5? qué empolloncete ¿no? ;-)
Un beso
Sí, soy una máquina, creo que he conseguido pasar del 6 al menos en otra ocasión más. XD
La gasolina te esta estimulando mucho. que seria de ti sin tu trabajo.
jajaja