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Al infierno de cabeza

Sábado. Un lugar atestado de gente hasta la bandera, un tipo hablando a ratos por el micro y alternándolo con música, donde se beben bebidas alcohólicas y se toma un «algo» con lo que presumiblemente llegarás «al cielo», por haber incluso hay hostias antes de salir. ¿No es de recibo que casi me quedara durmiendo en un sitio así, verdad? Pues ocurrió.

El caso es que el otro día por motivos ajenos a la empresa tuve que entrar en uno de esos sitios, o sea, en una iglesia. Ya sabéis, un sitio de esos con campanas y cruces… no, el cementerio no suele tener campanitas, y el ayuntamiento a veces tiene campanas pero no tiene cruces, algún político con los cables cruzaos puede ser que si, pero no cuenta.

Que nadie se asuste, no me he casado ni voy a hablar por enésima vez de las bodas (que de todas formas todavía creo que tengo por ahí un penúltimo capítulo del tema). Era una confirmación, una de esas ceremonias en que los chavales confirman que de verdad son católicos porque quieren y tal pascual (vamos, de esas cosas que se hacen porque todo el mundo lo hacen, como fumarse un pitillo).

Pues superado el primer momento de peligro, que fué cuando la piel me hizo shhhhhhh (insertar aquí sonido de aspirina efervescente metida en un vaso de agua, por favor) al entrar, conseguí meterme en susodicho lugar. Afortunadamente mis años metido en el tema (para los que no los sepan, leed aquí y aquí) me sirvieron para infiltrarme sin mayores problemas que una quemazón entre los omoplatos (cosa que es bastante molesta, porque no me llegan los brazos para poder rascarme y una iglesia no es el sitio más idoneo para pedirle a un desconocido o una desconocida que te rasquen, bueno, al menos la picazón era en un lugar casto y puro).

El caso es que no recordaba yo el sopor que me producía a mi una ceremoña religiosa, y claro, antes que dormirme tuve que poner a funcionar la neurona. Una vez que conseguí apartar de mi mente todos los pensamientos lujuriosos, (que por cierto, no se en qué se basaría el que dijo que un hombre solo piensa en sexo cada 7 segundos, pero vaya mentiroso, seguro que lo dijo por quedar bien con alguna chica) me dió por pensar en otras cosas (claro), y los resultados fueron devastadores para la institución.

Por ejemplo. Se supone que el obispo o en su defecto el enviado delegado (que viene a ser el vicario) aparte de confirmar (porque al cura es un negocio que se ve que le queda grande) se aseguran de que los chavales sepan bastante del tema, y claro, uno enseguida se lo imagina reuniendo al grupo, poniéndolos por parejas y… Por 25 pesetas cada uno, nombres de santos de los siglos XVI y XVII, por ejemplo San Juan Eudes. ¡Tiempo! Mmm, San Juan Eudes, mmm, Santo Toribio de Mogronejo, mmm, San Antonio de Padua. Y MEEEEEEEEEC, aparecen entonces los Monaguillos Tacañones y te sueltan: mal, muy mal, porque San Antonio de Padua diñó en el 1231, panda de cazurros, y no os lleváis nada por animales. Bueno, bueno, amigos, ésta era difícil, veamos ahora, por 25 pesetas cada uno: nombres de Apóstoles buenos. ¡Tiempo! Mmm, esta es fácil, mmm, Pedro, mmm, Judas Tadeo, mmm, el otro, Judas Iscariote. MEEEEEEEEEC, y ahí están otra vez los Tacañones a piñón: hijos nuestros, si es que hemos dicho Apóstoles buenos, y Judas Iscariote era un poquito cabroncete. Ay, si es que iba con trampa, Señor Vicario.

En esto que ya le había yo puesto al Vicario cara y todo de Maira Gómez Kemp cuando se fue la megafonía, y se fastidió el pastel. Entonces viene el cura así en plan buen rollo, con una sonrisa de oreja a oreja como si en lugar de confirmaciones estuvieran repartiendo noches de hotel en Cuba, con el micro en la mano (que no se para qué, si no funcionaba), y se puso a decir algo. No se exactamente qué sería lo que dijo, pero a mí se me ocurrieron varias, consecutivamente. La primera venía a ser algo como «esto son un santo alemán, un santo inglés y otro santo español que están los tres…», pero el chiste no tenía gracia y ya no me acuerdo, así que no lo pongo (si alguien quiere hacerlo por mí, tiene premio). La segunda decía «quien es esee hombreeeeee», que tampoco tengo yo muy claro por qué me vino a la cabeza aquello. Y la última, que ya estaba gritando bastante porque no se le oía nada, tenía que ser por fuerza un «¡¡gañáaaaaaaan!!».

Bueno, y no tengo yo muy claro qué iba yo a contar, pero esto ya es bastante largo sin tener nada que decir, así que voy a ir plegando que es hora…

Frase del día: «Now i know there is something more, that this is the truth, it’s all in you.»

El plan Antoñito VII

En capítulos anteriores I, II, III, IV, V y VI.

En la RICPC está comenzando a cundir la alarma sobre la gripe aviar, de manera que hemos puesto manos a la obra para evitar que además de la alarma, no cunda la gripe en sí. Lo primero que hemos hecho ha sido prohibir que en nuestros territorios (o debería mejor decir mís, ya que sigo siendo el fuckin’ boss de la RICPC y hay siempre gente queriendo meterse pero lo que es cumplir los requisitos, poco poco) nadie mete nada con alas (las Evax son negociables hasta cierto punto).

Hemos ido a poner la pasta, hemos ido a poner los recursos materiales y hasta los recursos humanos.Se plantearon varias alternativas.

La primera y más divertida era comprar un cañón antiaéreo y cada vez que se viera algún pájaro acercarse correrlo a cañonazos. Tuvimos que descartarlo ante la posibilidad de que los proyectiles cayeran en suelo español (y urbanizado) y tuviéramos un incidente internacional. Además para instalarlo había que mover el macetero con los gladiolos, y por ahí no paso.

La segunda alternativa era poner una cúpula (cúpula, no cópula, libidinosos, que sois unos libidinosos) así muy hitech que se cerrara y abriera a voluntad dándole a un botoncito. Pusimos a un ingeniero a trabajar en el tema, pero resulta que era fan de cierta película de George Miller y nos salío algo bastante más parecido a lo de la foto, así que lo descartamos también.

La cúpula del trueno

Después pensamos en poner un ministerio de sanidad que estuviera al tanto del tema y nos tranquilizara de vez en cuando diciendo que esas cosas en realidad solo pasaban en otros paises, pero para eso hacen falta políticos y los políticos a medio y largo plazo sólo dan problemas. Además en el casting que hicimos se les veía en la cara que todos venían solo por la pasta, así que los extraditamos a todos porque además no eran ciudadanos de la RICPC.

Lo último iba a ser montar una especie de agentes de aduanas aéreos, que patrullaran los cielos en busca de aves y pedirles los papeles y los certificados de otros paises que indicaran que eran gente sana, nada de contagiados de gripe aviar, ni endrogadistos ni fans de Bisbal. Pero tampoco se presentó a los castings nadie que supiera volar de serie, así que descartamos el cuarto plan.

Resultado, nos lo hemos pensado mejor y ya que no tenemos bichas con alas en la RICPC, hemos decidido que la gripe aviar no nos preocupa lo más mínimo, total, tampoco hay nada aquí que nos haga creer que se va a parar algún gorrión (y mucho menos un pollo). De todas formas, se aceptan propuestas…

Frase del día: «Dos pollos entran, uno sale».

Unas cuantas películas

Como en los últimos posts he echado más ganas que de costumbre (y eso que todavía no está todo dicho), ahora tocan los típicos de relleno, algún comentario sangrante sobre películas, las búsquedas estúpidas con las que han llegado aquí en los meses anteriores, etc. Vamos, lo típico que uso yo cuando no tengo ninguna gana de escribir pero me apetece mover esto.

Ahora mismo van a tocar películas palomiteras, a saber:

El sonido del trueno. No es una película que se pueda decir que es buena, hay que verla pensando más en un homenaje al cine de ciencia ficción de los años 50 y 60 que otra cosa, porque es evidente que la cosa patina en más de un tramo. Viajes en el tiempo que generan cambios en el mundo futuro y tal, un argumento pelín manido ya (por ejemplo, la trilogía de Regreso al futuro, o El efecto mariposa), aunque no dejó de resultarme simpática de ver. Técnicamente la película tampoco es gran cosa, y los efectos especiales habrían sido buenos hace unos años, pero ahora está también algo desfasada. En conjunto yo diría que es una película idonea para pasar una tarde entretenida sin sentirse especialmente insultado por el DVD. Un 5’5, con el encanto de la serie B de antaño.

Dos chalados y muchas curvas. Película basada en la serie que aquí daban por T5 hace una morterada de años (en la época dorada de las mamachicho), que consistía básicamente en dos gañanes del oeste profundo americano (lo que ellos llaman rednecks) con un coche dopado que se dedican al contrabando de licor casero y a desmontar los planes de la policía corrupta entre reparto y reparto. En esta ocasión los corruptos intentan convertir el pueblo en una mina de carbón y los gañaaaaaaaaaanes intentan impedirlo, se admiten apuestas por el resultado. A mí me pareció un pestiño de cuidado y la califico como película que convendría evitar a cualquier precio; y aunque sale Jessica Simpson ligerita de ropa la película no mejora (esto para los lectores masculinos, supongo que a la mayoría de las féminas será algo que les traerá al fresco). Creo que si le diera un 3 sería demasiado benigno.

La guía del autoestopista galáctico. Tremendísima reunión de hechos ridículos y absurdos empezando porque la Tierra es destruida como parte de la construcción de una autopista interestelar y los únicos que no lo sabíamos éramos nosotros (los terráqueos), así que el prota escapa del planeta haciendo autoestop con un amiguete de otro planeta, hasta ahí puedo contar. Divertidísima si te gusta el humor absurdo (las «cosas» del desierto que golpéan a las criaturas que tienen pensamientos es para troncharse), y bastante bien aprovechada en general aunque los actores a mí por lo menos no me sonaba ninguno. Técnicamente está bastante pasable, aunque lo importante en una comedia que son los chistes creo que habrían salvado la película igualmente en caso contrario. Muy recomendable, por lo menos un 7’5.

Underworld Evolution. Sin mucho argumento pero al menos con excusa (que a estas alturas de la vida viendo como está el panorama del cine de acción, parece que sea mucho pedir), Selene (ay, mi Selene) y su chico siguen pateando culos de vampiros y hombres bobo continuando directamente a la anterior película. A mí me gustó, la verdad, casi dos horas de tiroteos, piñas como panes y un bastante más de gore que la anterior (esas amputaciones mandibulares sobre la marcha…). Los efectos especiales son bastante pasables, y las escenas de acción bastante interesantes; eso sí, la escena eroticofestiva es para saltarse las lágrimas de risa. Yo le doy un 6’5.

Para otro día que necesite relleno comentaré las últimas que no haya visto tan palomiteras, como Memorias de una geisha, Una vida por delante, La resurrección de los muertos (que a pesar del nombre es un drama de aupa) y La espada del samurai, Bladerunner (por enésima vez, para celebrar que había terminado de leer Sueñan los robots con ovejas eléctricas)…

Ah, de paso recuerdo que la puntuación es muy subjetiva, ni el menor intento de que sea objetiva (para eso ya hay muchos que además se lo creen), y por si acaso recuerdo lo de freak que sale en el nombre de este sitio.

Que beau c’est l’amour… parfois

14 de febrero, fun fun fun. O algo así.

Qué gonito es el amor, de verdad, en serio. Cuando le pasa a otros, claro, porque como te pase a tí te comes las uñas pensando en quién estará echándole el ojo a la churri cuando tu no vigilas y la mejor manera de aplastar rodillas sin dejar rastros de que hayas sido tú. Pero no vamos a hablar de eso, que es la cara dolorosa (sobre todo para ese malnacido que no hace más que mirarle el escote, es miiiiiooooooo, si quieres un par como estas te las buscas so buitre, como te pille vas a cagar los dientes, que te tengo calao, que me he quedao con tu cara y se donde vives, no corras que es peor, ven aquí, ven).

Sin embargo tampoco vamos a hablar de la parte más bonita del amor, esa de los arrumacos, las carantoñas, los susurros al oído (hombre claro, no iban a ser susurros a los pies) y todas esas cositas que le dice uno a la parienta cuando se pone tienno (o a la farola cuando lleva 4 copazos de más, pero ese es un amor imposible). Ni siquiera vamos a hablar de los regalitos porque supongo que ese tema está más que trillado ya que todos los años es más de lo mismo (yo no sé que sería del mundo sin la caja roja de Nestlé, toda una institución), todos los años se compra la misma cosa (aunque el tanga de encaje cambia de color según el año) y todos los años se encuentra uno con el mismo problema (coño, hoy 14… a ver de dónde saco yo ahora una caja roja).

Pues no amigos, no, hoy vamos a hablar de la evolución de los métodos de conseguir el tan preciado amor a lo largo de los siglos, que no es que tenga precisamente poca miga la cosa.

Si nos remontamos lo suficientemente atrás, lo del ligoteo era algo tan chorra que ni siquiera se lo planteaban, nuestro tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatata tatatarabuelo (parece una ametralladora, pero es que si lo pongo todo seguido me descuadra la página, asco de HTML) cuando se lo quería pasar bien, simplemente se multiplicaba por escisión. Pero claro, así era todo demasiado sencillo y se tuvo que complicar (y volver más divertido, porque francamente a mí eso de escindirme me resulta pelín coñazo). Los creyentes tendrán que admitir con respecto a esto que Dios es un cachondo…

Remontándonos un poco menos la cosa seguía sin ser muy complicada. Nuestros tata[unos cuantos menos tatas menos que el de antes]rabuelos, veían una chati de buen ver (el estándar de entonces, claro, con que no le asomaran muchas ladillas y el pelo del sobaco diera para hacer trenzas era suficiente, aunque unas caderas anchas ayudaban), sacaban la garrota y le daban en la azotea (aclaro que la garrota es la de dar en la azotea y no otra clase de garrota, a ver qué vamos a ir pensando), y se la llevaban para la cueva. El idilio había comenzado y todos fueron felices y comieron tubérculos. Había veces, también es cierto, que la pasión llegaba a límites insospechados y los idilios se proclamaban a los cuatro vientos, como en aquella escena de En busca del fuego, donde el prota en momento de cariño ve a su chica inclinada sobre el riachuelo con el pompis hacia arriba y allá que va nuestro héroe a la carrera y pumba!!. Qué imagen tán bucólica. ¿Verdad?

Luego la cosa se complicó un poco más, había que matar algo grande y a ser posible quedarse con muchas tierras a golpe de garrota (aunque era un modelo de garrota algo más sofisticado que la de antes), entonces era la familia de la chica la que directamente te la daba enamorada, incluso con la dote. La dote venía a ser como eso de «te doy tres cerdos, una vaca y dos pollos y me quitas de encima este hija que tengo», y tú mirabas los marranos, la vaca y los pollos y si te interesaban te quedabas con la chica. Vamos, más fácil que caerse de una silla de goma. Además a la chica nadie le preguntaba nada, así que lo de ligar estaba más que chupao porque si la principal interesada ni opinaba no había problema. Aquello más que un enamoramiento era un negocio, pero ya que dicen que el roce hace el cariño lo mismo la churri te terminaba mirando con buenos ojos. Fíjate que de aquella época bien nos podrían haber quedado remanentes del trueque, como ese célebre «señora, le cambio a su hija por una guitarra y así tenemos los dos algo que tocar».

Más adelante se ponía incluso más jodida, porque empezó a tomarse en cuenta la opinión de la chica. ¿De quién sería la feliz idea? Vinieron los tiempos en que a la mujer había que ganársela agasajándola, haciéndole regalitos, mandándole cartitas y tal (y claro, algunos directamente estan condenados, porque yo le mando una carta de San Valentín a una chica como éste texto y ya me paso directamente la vida a pan y agua). O sea, había que convencer a la chavala de que el menda lerenda era el mejor partido del lugar (aunque hablando de partidos, como todavía no se había inventado el fútbol había un punto menos en contra de cada hombre). Eran los tiempos del amor cortés y toda esa cosa. El acabose. Deberían haberle dado una paliza al que decidió cambiar la garrota de la prehistoria por los poemas… Pero mira, ahí fue donde se descubrió que los mindunguis feos, enanos y peludos podían tener una posibilidad si por lo menos tenían inventiva.

Después se volvió a simplificar un poquito más en algunos niveles de la sociedad. Si estabas forrado te bastaba con que se te fueran cayendo billetes de los bolsillos y tenías pretendientas a montones, luego sólo tenías que elegir a la más interesante. Un consejo para las chicas, un zapatito de cristal es utilísimo para hacerse la interesante, aunque solo sea por el quiticlin quiticlin al caminar, pero que no os engañen en la película que un paso en falso y se monta un cirio de padre y muy señor mío; mejor probad con tangas de encaje.

Si eras pobre pues lo que tenías que hacer era medio camelar a la futura churri (eran los tiempos en que como eso de leer… como que no, se podía pasar de los poemitas), luego venía o bien lo más fácil, o bien lo más difícil, porque lo importante no era ligarse a la chica, sino a su padre. Tenías que ir a hacer una pedida oficial de mano, y dejarle claro al padre que ibas a respetarla hasta el matrimonio (que menos mal que las paredes del granero no hablaban, porque más de uno hubiera acabado tiroteado en la misma pedida de mano), ibas a quererla muchísimo, y que eres del Real Madrid (porque como fueras del Atleti las llevabas claras, que ahí es cuando se marcaba la diferencia entre si difícil o fácil, si en realidad eras del Madrid bien, pero si no… afú!), además de darle muchos nietos (eso al suegro le daba igual, pero la suegra también tiene mano para estas cosas y a ella sí le hacía ilu, a la que menos a tu futura churri, pero no todo el mundo puede ser igual de feliz). Todo se terminaba resumiendo a camelar al suegro, si lo conseguías te llevabas la chica y si no, lo mismo un par de postas loberas, porque la chica, el suegro y la escopeta del abuelo iban todos en el mismo pack.

Antepenúltimamente llegó aquello del amor libre, que según cuentan las malas (o buenas, según se mire) lenguas, te podías «enamorar» de alguien diferente cada día y todo el mundo feliz. Pero claro, aquello no podía durar mucho y a estas alturas del mundo yo pongo en serias dudas de que aquello realmente existiera.

Y por fin llegamos a la actualidad. La diversificación absoluta, el fin de los tiempos, el universo se colapsará sobre sí mismo antes de que un hombre tenga la menor idea de cómo enamorar a una mujer; cada cual tiene los gustos así en plan de su padre y de su madre. Poemitas, regalitos, decir cosas gonitas, es igual, el hombre es un pelele luchando contra los elementos, una pluma al viento azotada por las tormentas del errático y cruel destino… se me está yendo por momentos (pero que conste en acta que yo también sé escribir cosas gonitas y soy soltero y sin compromiso). Las mujeres aunque no lo crean lo tienen infinitamente más fácil, si se acercan a un tío y le dicen «tu, ven pa’cá» ya tienen la mayor parte del trabajo hecho, la otra mitad la hace solito ya el tanga de encaje.

Como véis amiguitos, a lo largo de la historia la cosa se ha ido acercando más y más a una sola cosa: que los hombres lo tengamos más difícil (y no nos engañemos, las mujeres también, porque cuando no había posibilidad de elegir, pase, pero ahora que la hay va y se complica). Si es que… cuando no se puede, no se puede, y cuando se puede tampoco, el mundo está hecho de una manera pelín rarita.

¿No?

El autor (o sea, yo) agradece encarecidamente las posibles faltas de ortografía y gramaticales del título a Idun, que ha tenido el detallazo de traducírmelo desde mi pseudoespañol al bello (y empalagoso) idioma de Gabacholandia.

Frase del día: «El amor es la única pieza geométrica que es estable sólo cuando tiene únicamente dos puntos de apoyo».

Encuentros en la tercera calle (a la derecha) – La antiguía, parte 2

Anteriormente: Encuentros en la tercera calle (a la derecha) – La antiguía, parte 1

Así que después de un viaje tremendo en bus o en tren, echando más horas que lo que tardaron en sacarle brillo a las pirámides de Egipto, llegas a tu destino, allá donde nadie ha llegado antes (al menos que a tí te importe), con una úlcera estomacal del tamaño de un campo de fútbol que no existía antes de que empezaras el viaje. Con una taquicardia que amenaza infarto a ojos vista y la tensión tan alta que cualquiera podría contarte las pulsaciones solo con mirar la vena de la frente.

Pones un pie en el suelo y de momento te invade la sensación de que todavía estás a tiempo de subirte otra vez, pero descubres que hay quien te está mirando fijamente. Si tienes suerte es algún modelo de lencería con 4 carreras y que habla 14 idiomas fluidos (eso solo los europeos); pero en realidad lo que encuentras son varios tipos que (curiosamente son con los que habías quedado) visten exactamente igual que tú te imaginabas a los modernos jinetes del apocalipsis: camisetas de Manowar, cadenas, chupas y gabardinas de cuero, greñas y no sabes donde pero seguro que llevan recortadas, un lanzagranadas y una familia secuestrada y objeto de torturas en el bolsillo. Y piensas «si giro por ahí a lo mejor no me ven y me puedo largar sin que me reconozcan».

Bueno no, las posibilidades de que esto te pase son pocas, solo a mí y solo si la primera vez que quedas lo haces con varios jevis… ¿Por qué no quedaría yo con unas modelos de Playboy en lugar de estos? ¿Por qué será que ya no me quedan ganas de comprobar si usan tangas de encaje?

Lo mejor que se puede hacer es quedar ya con alguien en la estación nada más llegar, así tienes la vía de escape más rápida posible: saltar sobre las vías. Sí, parece algo radical pero cuando yo vi a aquellos me lo planteé.

Pongamos que el shock es menor y no te da el infarto en la misma estación. Llegas, te instalas en el hostal (apartas las cucarachas primero, amablemente o con un mechero y un bote de laca, según su persistencia) y te tomas un cubo de tila y un tubo de sales de frutas (que la úlcera también necesita un poquito de atención, que la conoces desde pequeñita unas cuantas horas antes). Te secas los sudores y te tomas otro cubo de tila. Después le cambias el agua al canario sin más narices, que 8 litros de tila es demasiado líquido… A veces, tu escolta (o sea, ese amiguete que has pringado para que te acompañe, pensando en que es más fácil salir en portada del periódico si son dos los cadáveres en la cuneta) también va a base de tila, pero ese va pensando en que a él como no lo conoce nadie tiene la frase del millón: «¿Yo? ¿A este? No lo he visto en mi vida», y dejarte más tirado que una colilla. (Diremos mejor un chicle, que no tengo yo claro si se puede fumar en el blog.)

La posibilidades de que hayas quedado con un psicópata sin descubrir (¡Afú!) o una ninfómana (bieeeeeeen), son minúsculas, pero solo por calmar la úlcera has quedado con tu contacto (hay que ver qué bien queda esto de «contacto», como si fuera una película de espías, eh) en un sitio céntrico, con mucha gente y del que poder salir huyendo en cualquier momento. O al menos un sitio que no te ponga nervioso. Nota: nunca conviene quedar en el cementerio, es un lugar tranquilito y quieras que no para algunas cosas tiene su romanticismo, pero como que da un nosequé que quéseyo…

Te plantas en el lugar y empiezas a mirar el reloj, las 19:25 y has quedado a y media. Después de un rato largo empiezas a impacientarte así que vuelves a mirar el reloj. Las 19:26. Uf, qué agonía de espera. Te sientas, jugando con el móvil (a falta de otra cosa, porque te estás poniendo en un estado de nervios que podrías pegarle un rugido a cualquiera que te roce). 19:27. 19:28. 19:29. 19:30. Piensas «ya llega tarde, me voy», pero claro, no te has comido chochomil kilómetros para ir a sentarte en una silla, así que haces de tripas corazón y aguantas como puedes. 19:31. 19:32. 19:33. 19:34. Qué curioso, ahora sabes que no eres tú quien puede acabar en la cuneta, es ese cretino que llega tarde que como lo pilles lo vas a hacer pedazos. 19:35. 19:36. Suena el móvil y casi te salta una vena.

¿Hola? ¿Dónde estás? Estoy aquí. Vale, y eso dónde es. Pues mira, ahora mismo estoy mirando dirección sol pero no llevo camisa nueva. Ajá, muy práctico, y cuándo llegas. Yo creía que había llegado ya. Pues yo no te veo. A ver si levantando la mano me ves. Pues no. Mejor porque estaba sacando el dedo. Capullo. Hombre, es que así seguro que me reconoces porque levantar la mano puede levantarla más gente. Vale, pues ven para acá. ¿A dónde? Pues a donde habíamos quedado. A ver si me aclaro, si estoy mirando al sol eso donde queda. Pues no se. Como guía no tienes precio. A ver… girate y anda. Si ando me caigo al agua. Pues gírate y sigue andando. ¿Me giro a dónde? A la derecha. ¿Mi derecha o tu derecha? Será la misma. Hombre, será si tu también estás de cara al sol. Creo que no. Bueno, pues yo voy a andar hacia la luz, si me ves avisa. Vale. Estoy andando. Vale. Sigo andando. Vale. Se me acaba la tierra. Creo que ya te veo. ¿Llevas un móvil en la oreja? Sí. ¿Tú también? Cuánta astucia acaparamos.

Fundamental ahora. Si habías dicho que llevabas tanga de encaje no lleves otro o puede sentar fatal, si por casualidad te has cruzado con quien habías quedado y lo sabes, si te preguntan si eres tú no digas que no sabes de qué te hablan. Tu vida peligra en ambos casos. Tanto si te tragas los chochomil kilómetros como si eres el tont… perdón, la persona que está esperando, no hace demasiada gracia ninguna de las dos cosas. Bueno sí, para qué nos vamos a engañar, es gracioso para el que lo hace. Jojojo.

Tus temores resultaban no ser demasiado fundados, si es un psicópata es de esos que no llevan el cuchillo de carnicero al cinto. Pides unas cocacolas (esto es opcional, ya sabéis que tengo un problema gordo con la bebida) y empiezas a charlar. Diez minutillos después ya no te acuerdas de la úlcera (ella sí se acuerda de tí, y además es algo que te piensa recordar durante toda la vida), y la conversación es hasta interesante, como en realidad esperabas que fuera. También puede ser que los dos (o los que sean, el concepto de «cuantos más seamos más nos reiremos» funciona perfectamente en estas cosas) se miren como tontos durante media hora y sin que haya ningún tema, pero al menos en mi experiencia son los menos casos.

De todas formas, en este punto ya están todas las cartas sobre la mesa, lo único que puedes hacer es intentar sacar tu mejor sonrisa y la lista de temas de conversación comunes (o la alternativa de excusas para escurrir el bulto, muy socorrida la de «el viaje me ha dejado fatal, mejor lo dejamos para otro día», y acto seguido coges otra vez el bus), y disfrutar/aguantar con quien tengas delante.

Frase del día: «Y el hombre en la lluvia cogió su bolsa de secretos…»